sábado, septiembre 04, 2004

No. 220. 5 de Septiembre de 2004

Este número está dedicado a Eduardo Arellano Elías, in memoriam.

La escritura y el oculto motivo de la poesía
Entrevista a Jair Cortés


Karla Emilia Cohue
Una de las voces que ha comenzado a tener resonancia dentro de la joven poesía de México, es la de Jair Cortés. Nacido en Tlaxcala en 1977, su poesía es una búsqueda del origen, una búsqueda que se caracteriza por la fuerza de los significados en las palabras. Autor de los libros A la luz de la sangre, Tormental y Contramor, este poeta ha querido que la poesía y la vida sean una misma cosa, una poesía en la que el lector se enfrente a sí mismo, y en donde no existan ataduras. En reconocimiento a su trabajo el año pasado obtuvo la beca para Jóvenes Escritores de la Fundación para las Letras Mexicanas (que surgió de la disolución de la Fundación Octavio Paz) en el área de poesía. En esta entrevista se ponen de manifiesto algunas de sus preocupaciones sobre el acto poético y el contexto en el que se desarrolla.
—Una de las tareas más difíciles de los críticos es la de tratar de situar y ordenar las voces actuales de la poesía. ¿Qué caminos seguir ante la multitud de poetas y libros publicados?, parece ser la pregunta que preocupa, o debería preocupar a los críticos. Desde tu perspectiva, ¿cuál es la situación de la poesía mexicana actual?
—Esa es una de las preguntas que deberían hacerse precisamente los críticos. Hablar en torno al fenómeno poético actual, preguntarse qué hay después de la obra de poetas como Octavio Paz, Jaime Sabines, Eduardo Lizalde, entre otros, distinguir, entre la gran producción editorial qué es lo que dialoga con su tradición y qué es lo que intenta romper el vínculo con ésta. Los poetas respondemos con obras, con poemas, la única manera que tiene resonancia real y trascendente en las respuestas de un poeta es su poesía. Teorizar imprime cierta de huella de racionalización a la creatividad, pero de ninguna forma es lo que el poeta “dice”. El habla del poeta está en lo que manifiesta en sus poemas. En la carta del Apóstol Santiago hay una línea que dice más o menos así: Muéstrame tu fe y te mostraré mis obras. Esta referencia nos permite colocar a los poetas en su justa dimensión. Es cierto también que un poeta participa de su tiempo, opina sobre sucesos recientes políticos, sociales y artísticos que le atañen, pero creo firmemente que el poema es la condensación de una forma de vida, es el ojo y la imagen a un mismo tiempo.
—Ahora que mencionas lo anterior, ¿crees que el poeta tiene la obligación de conocer a sus contemporáneos?
—Creo que el poeta no tiene obligaciones. Hay cierto aire de libertad que le permite deslindarse de lo obligatorio. Es más, creo que los poetas son tan disímiles unos de otros que no puedo seguir hablando del poeta en general como una raza o especie determinada. En mi caso, para hablar de lo que conozco, me he preocupado por leer a mis contemporáneos durante dos años y medio, y he concluido de que son pocos los nombres que me interesan, una lista bastante reducida de autores que me gustaría seguir leyendo y disfrutando. Por otro lado, también pienso que uno es contemporáneo en cierta forma de todos los autores, es la libertad máxima que te otorga la literatura, poder leer a Catulo y establecer un puente con él. El tiempo que en lo social se convierte en cadenas, en la lectura se vuelve una puerta abierta.
—Mencionas la individualidad del poeta, ¿cuál es entonces tu postura frente a la poesía?, ¿qué te mueve a escribirla?
—A la poesía debo todos mi anhelos y todos los frutos de mi vida, yo comencé a escribirla cuando tenía quince años aproximadamente y desde entonces ella ha sido una brújula constante, (claro, aparte de Dios) que me ha dado la guía no sólo para explorarla formalmente, sino para conducirme en mi vida personal. Curiosamente en la poesía yo no busco respuestas ni salidas, busco lo que yo llamo el Laberinto, perderme en él, aventurarme. Creo que las respuestas y las certezas sólo son momentáneas, son temporales y su esencia fácilmente se disuelve. Aunque quizá esto que te digo sea también tan frágil como lo que cuestiono.
—Insistiendo con este tema y aunque corro el riesgo de hacer una pregunta no sólo común sino también ingenua, ¿qué es para ti la poesía?
—Bueno, como te decía, creo más en las preguntas que en las respuestas, así que te responderé inicialmente con otra pregunta, ¿qué no es poesía? Si miramos a nuestro alrededor podemos ser capaces de percibir que todas las cosas está la poesía presente, porque la poesía es aquello que está más allá de lo que está, es la puesta del sol, pero es más que eso, es lo que contiene y lo que evoca, es su resonancia en nuestra memoria. La poesía está implícita aún antes de las palabras. Todo lo que yo escribo está ya presente antes del poema, antes de estar en él, en la página, ya se ha desarrollado todo un contenido que en el libro se refleja después. Leer es hacer poesía, ver es hacer poesía. Hay un poeta joven Kostas Andreas que dice en uno de sus poemas:

Vine a decir lo que ya antes de pronunciar sabías,
Vine a vivir lo que mi muerte poseía desde el día de ayer,
Ese ayer en donde estamos tú y yo, conociéndonos apenas,
En esa taza de té en donde el futuro se resuelve como humo,
En donde tus labios se posaron, se posan y se posarán siempre.


En estas líneas se aborda también el asunto de la poesía, viene uno a decir lo que ya sabemos, pero de cualquier forma hay que decirlo, viene uno a vivir lo que la muerte ya se ha llevado. Este poema condensa, por así decirlo, la intención de los poetas.
—Pasando a otra pregunta, ¿hay condiciones propicias para que puedas escribir poesía, es decir, algún ambiente en particular?
—Yo creo que siempre estoy escribiendo, aunque no haya lápiz y papel, o computadora o máquina de escribir. La poesía es como estar a la intemperie, de todas maneras la vives, antes pensaba que uno debía entrar en algún tipo de concentración, para inducirnos a la poesía, invocarla, pero ahora creo y he experimentado que aún en los momentos de mayor confusión mental la poesía está presente, aún en la enfermedad uno ve no en blanco y negro sino en Poesía. Hay algunas situaciones que detonan que uno redacte el poema, pero eso es más circunstancial.
—Al parecer desde hace algunos años los talleres han representado una parte importante en la formación de nuevas generaciones de poetas, ¿cuál es tu postura frente a ellos?
—Yo he asistido a vario talleres, he encontrado en algunos un espacio propicio para la discusión y el diálogo en torno al acto poético, pero conforme avanzo y leo me doy cuenta de que en hay un riesgo en esta práctica, ese riesgo es uniformar la concepción acerca de la poesía. Debemos ser siempre cuidadosos de no perder esa libertad a la que me referí en una de las preguntas anteriores, uno debe hablar desde sí mismo para hablar con los otros, para hacerlos entrar en ti, si en un taller se dan ciertas especificaciones técnicas está bien, pero uno nunca debe permitir que alguien te diga cómo escribir, eso es un problema personal, es como la cuestión de las influencias. En la antología de poesía Árbol de variada luz, que realizó Rogelio Guedea, digo que la verdadera influencia que ejerce un poeta sobre otro es la de hacerlo hablar con su propia voz. Entonces deberíamos entender que un taller de poesía debe fomentar una pluralidad no la unidad. Nos ha costado mucho decir que somos diferentes, siempre queremos reconocer rasgos que compartimos y aquellos que nos hacen distintos los ocultamos. Sólo en la libertad se entiende al arte, sólo así podemos seguir viviendo.



45 años entre corcheas
Eduardo Ramírez Ortiz
Esto es para paco campos, ahijado del festejado


Como si se tratara de un concierto, un hombre es llamado a dedicar su vida entera al arte y sabe que su espíritu llegará a límites insospechados a través de la música. Ha decidido entregarse al cálido abrazo del público al que cada semana, en medio de un festín de oboes y trompetas, se ofrece en cuerpo y alma sobre un escenario de cantera multiforme.
Esta es su ciudad. Nunca se ha cansado de repetirlo. Zacatecas una vez más, esta noble tierra de poetas, de pintores, de músicos, de artistas. Y es que él mismo pertenece a esa especie de iluminados que son capaces de alojar en su mirada, al mismo tiempo, el sutil encanto de la naturaleza y el temple férreo de la fortaleza.
Tras de sí tiene todo un linaje, un legado que lo llama a dar y a darse por completo las alegrías y las tristezas. No importa que el corazón esté hecho añicos: hay que salir a escena para el disfrute de sus coterráneos, para el disfrute del mundo entero.
En sus venas, un torrente de creatividad y entusiasmo. Cuarenta y cinco años dedicados a la música, a la dirección, a la ejecución. Porque de Juan Pablo a Juan Pablo, no hay generaciones de distancia porque un caudal consanguíneo tan rojo que tiñe los atardeceres, se encarga de recordarle a diario el destino para el que fue elegido.
Una partitura con especial dedicación: para los que están y para los que han partido, para don Juan Pablo y Viki que desde la eternidad observan complacidos. Porque el levado va más allá de una dinastía de hermanas y hermanos entregados por completo a la música. Por eso, hoy comparte su gloria con los presentes y con los ausentes, y con doña Lolita, que con tesón supo inculcar sabios valores en cada uno de sus hijos.
Y es así como levanta el vuelo este genio creativo, en medio de una estampida de clarinetes, flauta y platillos, tambores que suenan al viento y parches que al unísono rompen el silencio de esta intrincada red de callejuelas.
Es Salvador García Ortega, el hombre, el artista de la mirada y la sonrisa afables; el hombre que refleja en sus ojos la simiente de un patriarca cuyo recuerdo es evocado cuando suenan las primeras notas en una plazoleta de este añejo Zacatecas, y cobra vida en uno de sus hijos y sale la casta y se mantiene vivo en la memoria de la gente.
Han sido cuatro décadas de esfuerzo, dedicación, de aprendizaje y enseñanza antecedidos por sacrificios, por estudio; pero a final de cuentas, ése es el verdadero alimento de un artista que toma su batuta y traza armonías en el aire, semejante al ave que remonta el vuelo, surcando el cielo azul zacatecano para posarse luego en lo más alto de la montaña y desde ahí contemplar, con lágrimas en los ojos, una obra sin principio ni final.
En su mente, un pentagrama, y en éste, todas las corcheas del universo, todas las precisiones y rigores que la música exige unidas en un solo sitio: su corazón, en el que también alberga todas las alegrías y desazones que su destino le ha deparado, como si alguien volviera a cantar otra vez: “si a tu ventana llega una paloma...”
Que se inscriba este día como una fecha memorable para nuestra nueva historia. Hoy, Zacatecas está aquí para retribuirle tan sólo una parte de lo que tu inagotable caudal imaginativo le ha aportado a esta tierra.
Deseamos que comparta su arte con nosotros. Lo invitamos, pues, a que remonte el vuelo nuevamente, a que surque el horizonte de este cielo inigualable y nos brinde una muestra de lo que la música, la sapiencia, la sensibilidad y la dedicación han hecho durante cuarenta y cinco años.

LA ROSA DE LOS VIENTOS

En esta ocasión reproducimos un texto de nuestro amigo, el poeta Eduardo Arellano Elías (17 de Febrero de 1959-17 de Agosto de 2004), el cual fuera publicado en este suplemento el 28 de Mayo de 2000.

La pira de la pasión
Eduardo Arellano Elías

Alguien murió. Campanadas se elevan en réplica de cerros venturosos como órganos. Se adivinan templos, fieles, procesión enlutada. El cielo gira sobre calles frías, estrechas. En balcones, casas altas muestran su alegría; en puertas, su intimidad. Por la ciudad, la mañana es un juego que juegan eternamente la pena, el trato público y lo íntimo. Se puebla el aire de figuras frescas, profundas, el olor: un olor figurado, imaginado hasta en piedras. Una temprana muerte repetida, una obsesión tranquila, con la certeza del ángelus en la boca. Rostros piadosos de corazón ardiente. Sábanas que despiertan con aroma de cuerpos, ventilando el mismo aire que ventilan incienso, hospital, hornilla y cementerio. Lo próximo es el aletazo angélico entre cantera y mejilla de muchacha. La sangre en ascención. Lo próximo es el cuerpo ventilando su fuego como una pira suave entre dolientes y novios, ángeles y demonios. Una pira donde arden por igual el deseo y la muerte.

EL SOL DEL TRÓPICO
Suplemento del suplemento de El Sol de Zacatecas

Accidentada presentación del libro de Pedro Valtierra
Fresnillo, Zac.- Lo dijeron ahí mismo: imposible competir con una misa; habría que agregar: y con Tláloc y con el Santo Niño de Atocha.
La tarde del pasado jueves tuvo lugar la presentación del libro de fotografías de Pedro Valtierra, Zacatecas, reeditado recientemente por el patronato de la Feria de Fresnillo, en el marco del 450 aniversario de la fundación de esta ciudad, cuna del periodista, ganador del Premio Príncipe de Asturias.
Al lugar previsto, el Centro de Convenciones “Los Temerarios”, llegaron cientos de personas, pero no para asistir al evento cultural, sino para oír misa en la sala principal, pese a una lluvia torrencial que durante horas causó gran estrépito al golpear el techo de fibra de vidrio.
Inicialmente programado a realizarse a las ocho de la noche en el teatro González Echeverría, cambiado luego al Centro de Convenciones a las cinco de la tarde, el evento comenzó poco después de las siete. Los comentaristas del volumen, Severino Salazar y Víctor del Real, no acudieron a la cita, por motivos de fuerza mayor, mientras que Ana Luisa Anza, aunque asistió, finalmente no se incorporó al presidium. Ella y su esposo, Pedro Valtierra, tuvieron que esperar más de una hora en el interior de su vehículo, mientras amainaba la lluvia.
Poco antes de la presentación, fue inaugurada una exposición colectiva como resultado de un taller fotográfico organizado por el Centro de Estudios de la Imagen, coordinado por Eliezer Name.
El Niño de Atocha y la Virgen de San Juan de los Lagos arribaron al lugar en medio de ancianas empapadas y porristas de blancas minifaldas. La muchedumbre no prestó atención a la presencia de Valtierra ni a la modesta ceremonia inaugural. El barullo marcó el fin de este primer evento. Para llegar al salón donde sería presentado el libro, era necesario cruzar un mar de agua que se metió al vestíbulo del recinto. Una vez instalados ahí, la atención hacia el libro fue desviada por una improvisada entrega de diplomas a los asistentes del taller fotográfico, a quienes se les pidió que agregaran su nombre al documento recibido.
Cuando por fin tocó el turno a Pedro Valtierra para hacer uso no del micrófono —por no haber uno disponible— sino de la voz, el fotorreportero habló del prurito que durante años sintió por volver a su tierra, de donde partió a los 14 años. Reconoció que con el tiempo, “más exigente se vuelve uno”, al referirse a su actividad fotográfica. Sin calificar sus propias fotos, indicó que su búsqueda ha sido capturar el sentimiento de las personas y las cosas retratadas. “De Zacatecas se pueden sacar mejores imágenes”, agregó. No se olvidó de disculparse por la tardanza, aunque no se detuvo mucho en dar justificaciones. Agradeció a Ana Luisa Anza, a Quito del Real, a Severino Salazar, por los textos que acompañan sus fotografías; agradeció también al Instituto Zacatecano de Cultura, al COBAEZ, a la Universidad Autónoma de Zacatecas y al patronato de los festejos de Fresnillo, así como a Héctor Ávila por haber tenido la iniciativa de reeditar este volumen.
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El 44 de Corre, Conejo festeja al neuras del pato Donald, siente nostalgia por Marilyn, se queja de los escritores payasos (nosotros también) y se avienta sus periquetes. Su distribución es gratuita.

EN ESTA ESQUINA...
Karla Emilia Cohue
(La Soledad, Tlaxcala, 1980). Autodidacta. Ha publicado en algunas revistas de circulación nacional. Autora del libro Ánimo de la muerte y de un libro de ensayos inédito Cinco poetas suicidas: el mar ante los ojos.

Eduardo Arellano Elías
(Zacatecas, Zac., 1959-2004) Autor de los poemarios Tierra destinada y Esas plazas insomnes, así como del libro Ensayos (y otros asaltos) sobre literatura y arte. Descanse en Paz.

Sergio Espinosa Proa
Licenciado en antropología y doctor en filosofía. Autor de Decápites, entre otros libros. Becario del FECAZ 2004-2005.