domingo, diciembre 12, 2004

No. 230. 14 de Noviembre de 2004

A un mes de la muerte del filósofo francés
Por qué Jacques Derridá no dejó testamento

Sigifredo E. Marín


(Todo ha sido una broma, pero nadie entiende y se ríen por compromiso: Jacques Derrida)

La escena sucede en un hospital de París. El lector se puede imaginar cualquier hospital que conozca en extremo limpio e hiperblanco. Un hospital bañado de luz. La descripción de los personajes y de la situación resulta complicada puesto que se ha negado el acceso a la prensa, que como siempre, buitres y hienas, huelen la carne putrefacta de famosos. Además, como buen discípulo de Husserl, el enfermo hubiera querido una escena eidética.
Ante la víspera de la muerte, Jacques Derrida dicta a su joven enfermera-secretaría una nota.
Hay una apertura ilegible sobre el destinatario, en principio el enfermo no se pone de acuerdo sobre el tono de la carta; libre, académico o periodístico. Ello es terrible, pues le consume mucho tiempo y energía a un moribundo que ya no tiene tiempo ni energía como para jueguitos. Empero, sonríe, sabe, siempre lo supo, que lo suyo era el juego, incluso cuando nadie parecía advertirlo o divertirse, a veces ni él mismo.
El comienzo es secundario, pues el inicio sólo tendría sentido a partir de su continuación, y por ende ya no sería el origen. Esto para decir que la carta ya debió de haber comenzado por algún lugar –debido a sus achaques, los enfermos se toman ciertas licencias, o al menos esa podría ser una buena excusa para no fastidiar más al lector.
...he empezado diciendo que estamos privados de un verdadero origen y de una voz auténtica. Pero en este estado no sé que decir y no sé por donde empezar. Ustedes me han entendido mejor que yo. Me he dedicado a muchas cosas con verdadero empeño: a patear el balón, a tomar chocolate y coca, pero lo que me ha salido mejor es vapulear ideas venerables. Era tan pobre, tan intelectualmente pobre, que hice de la pobreza un nuevo espacio antifilosófico; era una especie de apóstrofe en un texto inacabado. Ahora si que saque provecho a mis debilidades, pues de mi miseria filosófica hice una nueva fortaleza. Y vaya que mostrar las vísceras de la filosofía no es muy cómodo; hasta el filósofo más desvergonzado tiene cierto pudor. Empero era, y todavía es, cuestión de estrategia; estrategia es una palabra de la que he abusado un poco, tanto más porque era siempre para precisar al final, de manera aparentemente contradictoria, y con el riesgo de automutilarme, que era una estrategia sin finalidad. Me sostengo en la estrategia sin finalidad y ella me sostiene. Pero, en última instancia es menos que una estrategia de guerra, una estrategia aleatoria de quien confiesa no saber adónde va, no es pues un discurso de dominio. He querido que mi deriva fuese una gozosa contradicción de sí, un deseo desarmado, es decir, una niña huérfana muy perversa que goza estando indefensa.
A menudo me veo pasar rápido ante el espejo de la vida como la silueta de un loco (tragicómico) que se mata siendo infiel por espíritu de fidelidad. Para mí, la idea de herencia implica no solo reafirmación y doble exhortación, sino a cada instante, en un contexto diferente, un filtrado, una elección, una injuria. Un heredero no es solamente alguien que recibe, es alguien que escoge, y que se pone a prueba decidiendo; una enculada a la tradición para que procreé un hijo monstruoso –como había dicho el buen Deleuze.
Mi legado no es la deconstrucción ni la gramatología. La escritura ha sido mi único tema, pero todavía no he escrito nada esencial al respecto; en principio porque la misma idea de esencialidad me parece una genial impostura.
No soy retórico, pero me gusta hacer el amor con las palabras en público. Tampoco fui judío, ni marxista, jamás me creí el mote de “pensador del 68”. Se me adscribía al estructuralismo por error, pues escribí en algunos libros sobre las estructuras como navajas de doble filo. Además me gustaba ir a las conferencias de los estructuralistas nada más por “joder al prójimo” y en los años 60 la corriente del estructuralismo "dominaba y la deconstrucción parecía ir en ese sentido, ya que la palabra significa una cierta atención a las estructuras; pero mis lectores olvidaron mis gestos antiestructuralista. En parte mi éxito se debe a este equívoco. Ahora que sea un fetiche de los medios, un objeto de disección de museos filosóficos, no importa mucho, pues los filósofos profesionales ya me han matado.
En mi Adieu a Levinas dije muchas cosas que ahora me gustaría saber por qué y cómo me pueden ayudar un poco a mí. Aunque en realidad, nunca he temido el instante de mi adiós; palabra que Levinas me enseñó a pronunciar de otra manera y espero tener entereza para afrontar aquí en mi partida. Sin embargo, ¿a quién está uno hablando cuando ya no habrá respuesta? ¿Cómo atravesar con el lenguaje ese punto en el que nos quedamos sin palabras? ¿Y si las palabras finales regresan a la muerte y con ello a un comienzo anterior al inicio? ¿Cómo impedir –qué caso tendría– que la muerte diga la última palabra o la primera, cuando dicha palabra se trata de un silencio absoluto que germina y hela toda palabra? ¿Acaso hoy podría o debería importarme, cosa que nunca hice las repercusiones del pensamiento derridiano en el curso de la reflexión filosófica de nuestro tiempo. Espero que algún día algún haya un menú deconstruccionista bajo en calorías.
La muerte: en primer lugar, no la desaparición ni el no ser ni la nada, sino una cierta experiencia para el sobreviviente de la "sin-respuesta". Pregunta sin respuesta irreductible, primordial, como la prohibición de matar, más antigua y decisiva que la alternativa de "ser o no ser", que no es ni la primera ni la última pregunta; puesto que la muerte se revela como la excepción absoluta.
La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parecería ser a primera vista, un hecho empírico. El Otro me individualiza en esa responsabilidad que yo tengo de él. La muerte del Otro me afecta en mi identidad como un yo responsable constituido por una responsabilidad imposible de describir. Es así como soy afectado por la muerte del Otro; ésta es mi relación con su muerte. Es desde ese momento, en mi relación, en mi deferencia hacia alguien que ya no responde más, una culpa del sobreviviente.
La relación con la muerte en su excepción –y la muerte es, sin importar su significado en relación con el ser y la nada, una excepción– confiere a la muerte su profundidad, pero no es una visión, ni siquiera una aspiración (ni una visión del ser como en Platón, ni una aspiración hacia la nada como en Heidegger). La muerte obtura una relación meramente emocional, que se mueve con una emoción que no está compuesta de las repercusiones de un conocimiento previo de nuestra sensibilidad y nuestro intelecto. Es una emoción, un movimiento, una inquietud hacia lo desconocido. "Desconocido" fue una palabra muy próxima a mi amigo Maurice Blanchot.
A pesar de todo lo que escribí, o mejor dicho: gracias a ello, creo que nunca debemos perder la esperanza en la filosofía. He aceptado el desafío de pensar como se padece el clima.
Ahora qué se avecina el momento de la interrupción de mi pensamiento, surgen muchas dudas e incertidumbres, pero están de más, ¿Acaso la muerte no hace un vacío todavía más infinito que la fractura del pensamiento deconstructor?, ¿acaso la muerte no es la deconstrucción más absoluta en el centro de toda empresa reconstructora?
¿Qué pasa cuando un pensador se sumerge en el silencio y nos deja sin una respuesta que se reservaba todo y tantas cosas más que creíamos haber reconocido con su rúbrica? Estas cuestiones conciernen a Emmanuel Levinas, o quizá Maurice Blanchot, pero no a mí.
Mi contribución a la filosofía resulta más marginal que la que mis detractores aceptan, pero superior a la que mis epígonos consagran en sus cursos. Yo no introduje la fenomenología de Husserl, iniciada en 1930, por Levinas, con traducciones y lecturas interpretativas, que irrigaría y fecundaría tantas corrientes filosóficas francesas. Ni tampoco al pensamiento heideggeriano (como dijeran el pensamiento conservador en su panfleto sobre los pensadores del 68). Tampoco me especialicé en Nietzsche como Deleuze y Klossowski. Ni contribuí a reinterpretar a filósofos como Descartes, Kant o Kierkegaard, escritores como Kafka o Proust, por mencionar algunos trabajos excelentes de mis contemporáneos. Aunque creo que las lecturas de la deconstrucción, que, entiéndase bien: no son mis lecturas, han propiciado una sutil mutación en el paisaje del pensamiento desde un lugar completamente diferente al de la querella o el debate cultural mediático. La deconstrucción ha operado una revolución discreta pero irreversible, ha sido una de las provocaciones más singulares en el seno mismo de la maquinaria logoscéntrica de Occidente.
Espero que mi adiós no sea marca de algún fin o comienzo de algo; A-Dios no es una finalidad, sino que desafiando la "alternativa entre el ser y la nada", el A-Dios saluda al otro más allá del ser; en mi caso tiene otro significado: es a mis seguidores a quienes debería temer.
Mi judaísmo es una reserva y actúa como una resistencia contra lo judío, no puedo acogerme a la gracia de un Dios; sólo me queda la desventura de la errancia, eterna aventura de lo desconocido: destinerrancia. La muerte se inscribe en el nombre mismo para dispersarse de inmediato. Para insinuar una extraña sintaxis -en el nombre de uno solo, responder a muchos; pero la muerte en sí no responde sino como una especie de correspondencia en y desde el silencio absoluto.
La relación entre la memoria y el duelo, parece reconocerse en el olvido; en esas historias de cada uno donde inscribimos la huella de nuestra sobrevivencia. Más allá de la inscripción del presente, de sus signos, palabras, nombres, letras, hay una memoria que prueba suerte y avanza pactando con el olvido y la destrucción; como en la memoria de mi camarada Paul de Man.
Mi experiencia de la responsabilidad no se reduce al deber o la deuda. Desafía el espacio del problema y no se atiene a la forma pro-posicional de la respuesta, va mucho más allá del pensamiento o lenguaje, no es del orden de la decisión judicativa. Mis problemas vitales e intelectuales no los he pensado dentro de la axiomática de algún sistema ni tampoco dentro de la lógica secreta del azar (antisistema). Es una apuesta franca por abrir mi pensamiento en el mismo seno del abismo que obtura todo fundamento y lo hace pedazos. Exigirme más verdad, más compromiso con la verdad, y sus valores monoteístas supondría que tengo, o los demás tienen, la medida del orden o la ley secular sustraída al cadáver de dios, acaso desde Herodes, ¿no resulta a la vez lo más violento y lo más ingenuo demandar la Verdad?
¿No he estado permanentemente en guerra conmigo mismo? Nadie puede saber hasta que punto digo y hago cosas contradictorias. Pero es en esa tensión real donde me construyo y me he deconstruido. He habitado la paradoja como un parásito habita un cuerpo llagado. Y sé que las contradicciones, mismas que escapan a toda lógica y cronológica, me hacen vivir, y me harán morir. Algunas veces contemplé esa guerra de forma terrible y penosa, ahora la padezco sin heroísmo, pero al mismo tiempo siempre he sabido que es la vida misma en su ciego devenir. No encontraré paz más que en el reposo eterno. Sin embargo no puedo decir que asuma tal contradicción, pero sé también que es eso lo que me mantiene con vida y me lleva a plantearme la cuestión esencial: ¿cómo aprender a vivir bajo el horizonte de la muerte?
Y sin embargo, me doy cuenta de que no tiene ningún caso todo este parloteo. ¿Cómo elegir entre un servicio fúnebre discreto y una pompa ostentosa si la muerte no será un suceso efectuado por el yo de Jacques Derrida?
En mis últimos libros subrayé el asunto de la salvación, del imposible duelo, de la supervivencia en definitiva. Si la filosofía puede ser definida como “la ansiosa anticipación de la muerte” es porque he vislumbrado la deconstrucción desde otro horizonte: la ética del superviviente. La supervivencia es un concepto original que constituye la estructura misma de la existencia. Somos estructuralmente supervivientes, marcados por esa estructura del trazo, del testamento desahuciado de Oxidente. Aunque parezca que la supervivencia está más del lado de la muerte, del pasado, que de la vida y del porvenir, en todo el tiempo la deconstrucción ha estado del lado del si que afirma la vida. Deconstrucción no es la Destrucción heideggeriana o fenomenológica. La supervivencia está implicada en el seno de la oposición vida-muerte. Es una afirmación incondicional de la vida en la inmanencia irreductible de mi singularidad. La supervivencia es la vida más allá de la vida; grado cero de una voluntad que se niega a claudicar pese a los embates tecnocientíficos del nihilismo planetario.
El discurso de la deconstrucción, o mejor dicho la imagen que nos proporciona la deconstrucción de discurrir, implica una afirmación de un ser viviente que prefiere el vivir e incluso el sobrevivir a la muerte, aunque la supervivencia no es simplemente lo que queda, sino la vida más intensa posible. Nunca estoy tan obsesionado por la muerte como en los momentos más plenos de goce. Disfrutar y llorar mientras la muerte ronda, para mí es la misma cosa. Cuando me acuerdo de mi vida tengo la tendencia a pensar que he tenido la ocasión de amar y bendecir incluso los momentos infelices de mi vida. Cuando me acuerdo de los momentos felices, no puedo evitar que me precipiten sobre el umbral de la muerte y la finitud. ¿Por qué diablos me habría de importar mi destino póstumo o el víacrucis de mi obra?
Jacques Derrida será entonces, si no es que desde antes de nacer, ya fue, el nombre de quien ya no puede ni oír ni encarnar ninguna identidad. Y él (no el nombre, sino el portador del nombre), cuando alguien intente pronunciar el nombre personal “Jacques Derrida” habrá dejado de serlo. Nadie puede interpelar un nombre propio fuera de un Yo frente a un Tú. Más allá del nombre pero aún en el nombre sonará la palabra Jacques Derrida como cayendo a un pozo sin fondo sin dejar nunca de resonar en las paredes de su abismo. Sin destino, ni destinatario, el nombre se desgarra, se precipita hacia lo imposible. A partir del no-acontecimiento, de la muerte –momento que abre en el tiempo una herida atemporal– precisamente en el punto que borra todo origen, y a la vez consuma y consume el blanco de su destino como fin, en ese instante, tiempo extático, “Jacques Derrida” será inaccesible al llamado; cuando la nominación sea por siempre incapaz de convertirse en invocación. Un nombre que ya no será de nadie, podrá ser entonces atravesado como el cuerpo de un fantasma. La gente (sobre todo la fauna académica) atravesará mi nombre sólo para encontrarse a sí misma como en el juego trágico de Narciso. Seré innominado, lo innominado bajo la máscara de lo inerte. De mi nombre de pila sólo quedarán huellas de un cadáver sujeto al más riguroso y atroz dispositivo de deconstrucción y reconstrucción: he aquí el cadáver exquisito de Jacques Derrida –dirán buitres profesionales, cada uno tendrá que mostrar alguna parte de las vísceras. Se tendrá que celebrar el duelo como un acto de canibalismo, incluso, y sobre todo ellos, los que se niegan a comer del corpus teórico Jacques Derrida.
El duelo habrá comenzado en ese punto. ¿Pero cuándo? Porque antes de ese acontecimiento incalificable llamado muerte, la interioridad (del otro en mí, en ti, en nosotros) había emprendido ya su obra, (la muerte no acontece sino que acontecemos en ella, nos precipitamos al fin de su acontecimiento como no acontecer, y sin embargo como único acaecimiento verificable, incluso en Lázaro que se levanta para comprobar su muerte y su resurrección).
Yo que me había prometido nunca escribir ante la muerte, no ante la muerte de otros mis próximos en trance de ser lejanos; sino ante el umbral incierto de mi agonía. Si he escrito en recopilaciones, homenajes y memorias de aquellos que en vida habían sido mis amigos, demasiado presentes en mí, ha sido para conjurar su desaparición, la insistente presencia de su absoluta ausencia –absuelta ya de toda fuga o cambio.
¿En lugar de abordar la cuestión o el problema de frente, directamente -lo que sería sin duda imposible, inapropiado o ilegítimo, deberíamos proceder oblicuamente? Lo he hecho a menudo, y he llegado a reivindicar la oblicuidad como el motor secreto de mi pensamiento, incluso confesándola, pensarían algunos, como una inconsistencia; no olvido la letra escarlata de “el nuevo sofista” que asocia la figura de lo oblicuo a mi supuesta falta de franqueza o rectitud. ¿Será esta una manera de no responder ante mi muerte frente a los demás? ¿O no será que la deconstrucción y lo que he llamado la escritura también implica un revocamiento del testamento, en tanto palabra final que transfiere la ley personal?
Todo esto queda aún abierto, suspendido, indecidido, cuestionable más allá de la cuestión, e inclusive, para servirse de otra figura, totalmente aporética: resueltamente irresoluble. ¿Qué es la eticidad de la ética?, ¿la moral de la moral? ¿Qué es la responsabilidad de quien ya no responde? ¿Qué es en este caso el “qué es”? Cuestiones siempre urgentes. En todo caso, seguirán siendo urgentes y no sin respuesta, al menos de mi parte. Aunque a decir verdad –bonito juego de palabras– quedarán siempre sin respuesta general. Salvo la tentativa singular de intentar responder, en cada instante, al acontecimiento de una decisión sin regla y sin voluntad, durante el transcurso de una nueva prueba de lo indecidible; el único fundamento que hubo fue la fragilidad y hoy está desmoronándose.
Que nadie venga a darnos sermones en nombre de la ética o la justicia; entrego armas a los funcionarios de la anti-deconstrucción, pero, ¿no es esto preferible a la constitución de una euforia consensual, o peor aún, a una comunidad de deconstruccionistas seguros, asegurados, reconciliados con el mundo en la certidumbre ética, la buena conciencia, la satisfacción del servicio realizado y del deber cumplido o por cumplir; ¿no fue el propio Lacan el primero en disolver la asociación lacaniana de psicoanálisis? Evidentemente, como ya lo he hecho antes, ejerzo mi derecho a la no respuesta, no responder es para mi una forma de corresponder hoy al desafío que se demanda. Una no respuesta constituye una modalidad determinada en el espacio que abre una ineluctable responsabilidad.
Yo: el pronombre o el nombre, el presta-nombre de aquel a quien el enunciado “estoy muerto” no puede alcanzar, el enunciado literal, por supuesto. Entre lo posible y lo imposible del “estoy muerto” está la sintaxis del tiempo y algo como la categoría de inminencia (lo que apunta desde el futuro, lo que está a punto de llegar). La inminencia de la muerte se presenta, está siempre a punto de, presentándose precisamente por no presentarse ya y la muerte se mantiene entonces entre la elocuencia metonímica del “estoy muerto” y el instante en que lleva hasta el silencio absoluto, sin dejar ya nada que decir (un punto es todo). Desde su inminencia, esta singularidad puntual se irradia el corpus. Mierda. Escribí Las muertes de Roland Barthes, ¿y mis muertes?, ni que fuera gato. ¿Qué podrá pasar con el enunciado “mis muertes” cuándo nadie me nombre directamente?
¿Qué hacer entonces? Es imposible responder en este lugar. Es imposible responder a la cuestión sobre la respuesta. Es imposible responder a la pregunta por la que nos preguntábamos: si hay que responder o no responder, si es necesario, posible o imposible. Esta aporía sin fin nos inmoviliza porque nos ata doblemente (debo y no debo, debo no deber, es necesario y es imposible). En una misma camisa de fuerza se encuentran mis dos manos atadas y obligadas a actuar. ¿Qué hacer? Pero también ¿qué ocurre, pues no se deja de hablar, de seguir describiendo la situación, de intentar hacerse entender? ¿De qué naturaleza es ese lenguaje, pues ya no pertenece simplemente ni a la pregunta ni a la respuesta de la que todavía estamos tratando de verificar sus límites? ¿En qué consiste esta verificación que no se produce jamás sin cierto sacrificio? ¿Se lo llamará un testimonio, en un sentido que no agotaría ni el martirio, ni la atestación, ni la transmisión de la memoria? ¿Y a condición de que, como todo testimonio, jamás sea reducible, precisamente, a la verificación, a la prueba o a la demostración, en una palabra, al saber?
Yo no soy más un yo, Jacques Derrida es una invención de Jakie. De sobra se sabe he insistido, una y otra vez, que el vuelco que significa la aparición de la firma del autor, sobrevino en la historia cultural de occidente en la protomodernidad cristiana. El autor, al darse nombre, firma, vinculó su propio nombre-rostro al texto de modo imperecedero, y con ello, se erigió en referente reconocido por el lector. La luz del nombre que signa el texto guío por milenios el hipertexto del lector: el nombre del que habla y escribe se volvió antifaz del logos.
Halo de autoridad, el autor es espejismo que ha quedado suspendido bajo la condensación efímera de una logosfera mediática entre el limbo brumoso llamado actualidad. Pero ahora me doy cuenta de que cada uno de mis textos, son un mismo rostro sin nombre. Lo cual no impide que mis herederos, hijos que tuve y nunca mantuve, hoy cobren sus regalías.
Entre otras cosas, y para volver al comienzo de esta escena, pues la escritura es una escena, y el dictado de un testamento es un acto de escritura legal, literatura y derecho se engarzan en un dispositivo que tiene que verificar un juez analista. Pero todo esto bien podría ser sólo el ensayo general de mi muerte: yo Jacques Derrida mi padre y mi madre, mi hijo y mi abuelo, mi herencia y mi errancia, quien finalmente yo en tanto hubiera habido un yo soy –igual que Ulises– no soy nada. Entonces yo no soy Jacques Derrida ni puedo escribir un testamento sin al mismo tiempo y por una operación similar contraescribir el no testamento, la borradura de mi legado. No he escrito nada, todo ha sido una escenificación.

La joven enfermera secretaria suprime todo lo antes escrito. Jacques Derridá ha muerto, y hoy la prensa constata que desgraciadamente no dejó palabras finales. Afuera, un grupo de mozos hacen los preparativos para el homenaje póstumo. “Con Jacques Derrida, Francia ha dado al mundo uno de sus filósofos contemporáneos más grandes, una de las figuras más grandes de la vida intelectual de nuestro tiempo”, indicó un comunicado de la oficina del presidente Jacques Chirac, el mismo donde se anunciaba la muerte del filósofo a causa del cáncer de páncreas. El 8 de octubre del 2004, se declara luto nacional.
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Un libro lúdico de Jorge Salmón

Eusebio Ruvalcaba

propósito de que se ha agotado la primera edición del libro del escritor zacatecano Jorge Salmón titulado El libro de los fantásticos y maravilloso cuentos… considero conveniente traer a cuento las siguientes palabras: creo que los mejores libros de humor son los libros de humor involuntario, aquellos en los que el escritor cuenta lo que tiene que contar sin preocuparse gran cosa por provocar en el lector la menor sonrisa. Como si el humor fuera un ingrediente que incluso a pesar suyo –a pesar de la voluntad del escritor—, se manifestara continuamente. A mí me parece que son libros valiosos estos en los que el humor despliega sus alas. Porque el humor funciona cuando hay atrás de él una carga extraordinaria de fantasía y de tragedia, a veces de situaciones que van mucho más allá de lo que cualquier profesional del humorismo podría imaginarse.
Estas palabras vienen a colación porque estoy buscando aún un modo de entrarle a este libro de Jorge Salmón. Y la mera verdad, desde el título, que voy a repetir completo una sola vez a lo largo de estas cuartillas, desde que lo leí, me empecé a reír. Ahí va, por si no lo han aprendido: El libro de los brevísimos, mágicos y milagrosos cuentos memorables de Matías, Matiana, el Hombre Invisible, el Fariseo y otros vecinos que viven, lloran y cantan sus historias verdaderas en Guadalupe Zacatecas como si ta-ra-rea-ran la letra de una melancólica canción y otros poemas y animales (Editado por la Facultad de derecho UAZ, Presidencia Municipal de Guadalupe, Zacatecas y Escuela Normal “Manuel Ávila Camacho” Zacatecas, Zac., 2000).
Solté la carcajada. ¿Pues qué diablos me prometía ese título? Lo empecé a leer y me di cuenta de que las historias que se contaban eran prodigiosas, de que ahí estaba entretejido un realismo que dejaba muy atrás aquel epíteto de mágico, y que en cambio lo que había ahí era imaginería de la gente, la imaginación popular volcada en la voz del escritor. Conste que no digo que la imaginación popular sea mentira, jamás me atrevería a faltarle el respeto de ese modo a una comunidad; conste que no digo que imaginería colectiva sea sentido del humor vulgar y ramplón. Nada de eso. Lo que yo sentí desde un principio es que estaba delante de un libro que no me exigía para leerlo ningún esfuerzo de los que habitualmente se anteponen al lector, que van desde la erudición hasta tomársela muy en serio. No. Aquí podía yo ir de un lado a otro con perfecta libertad, codearme con esos personajes que bien podrían salirme de un cuento de hadas, de esos que los niños disfrutan antes de dormirse.
Porque no es para menos. Cada personaje que Salmón describe parece ser la culminación de la imaginería popular; y no, de ninguna manera, porque el que viene enseguida todavía sea más descabellado, pero, paradójicamente, más congruente, más coherente, digamos mejor incrustado en este mosaico de cosas extrañas y fantásticas. Y uno se da cuenta de cómo el lector ha contaminado su capacidad de lectura. Porque ese es otro aspecto sobre el cual quiero llamar la atención y que tiene que ver con el lector. El lector insuflado de cultura ya no puede leer un libro así. Se quedaría perplejo y se preguntaría a dónde conducen estas historias, qué mensaje contienen, por qué no lo mueven a risa. Qué se yo.
Hay una situación del absurdo, más que eso una apología del absurdo, que Salmón maneja a la perfección. Una situación que tiene su punto de origen en sus pies. Porque de no haber nacido aquí, de no estar parado donde está, haberse nutrido de toda esa urbanidad fantástica, que él trae metida hasta los huesos, que la absorbe en cada mirada, en cada paseo, en cada probada que se lleva a la boca; a través de lo que ha visto, a través de lo que sus padres, sus tíos, sus padrinos le han contado, de no ser por todo esto, por el mismo gusto que le ha puesto a la vida, en recorridos nocturnos o a rayo de sol, que van desde el corazón mismo de esta ciudad hermosa de Zacatecas hasta las calles solitarias o cuajadas de espíritus de Guadalupe, de no haber hecho todo esto, el libro que celebramos ahora simple y llanamente no existiría.
También me doy cuenta de otra cosa a través de este libro: la frescura, el desparpajo, la alegría de contar, de escribir. Creo que para Jorge Salmón escribir es darse por completo. Sé, desde luego, que atrás de toda esta frescura, de todo este desparpajo, hay lecturas, hay trabajo literario. Pero también esa cosa maravillosa de no asumirse como el escritor. Por eso en ninguna parte se siente la camisa de fuerza, el compromiso de quedar bien con nadie, mucho menos con esa entidad metafísica llamada la crítica.
Quiero hacer hincapié en algo más: la zoología poética de Salmón, la de este libro. Por fortuna, a Jorge Salmón no se le ha olvidado que la naturaleza del hombre está imbricada con la naturaleza de los animales. A mí me parece de lo más afortunado de Salmón esos poemas suyos que en la última parte les adjudica a los animales. Porque de veras que encuentra virtudes humanas en los animales, y desde luego, a uno lo hace pensar en que si fulano o mengano no tendrá equis característica de un gato, de un conejo, de un pato, o hasta de un oso.
Creo más cosas. Como que de pronto uno siente que hay una profunda tristeza que campea por las páginas de este libro. Uno toma la historia, la desmenuza, la deja uno como carne deshebrada, y se da cuenta, luego de reír y volver a reír, que muchas veces lo que priva es una desdicha, una pesadumbre, una desazón que no acaba uno de explicarse. Lo cual está bien, porque ese es uno de los méritos de Jorge Salmón: que no explica las cosas, como le ocurre a tantos narradores imberbes. Jorge Salmón nació aquí, no tiene para qué ni por qué explicarse nada. Las cosas son como son y ya.
Ojalá y pronto vea la luz la segunda edición este libro de Jorge.
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LA ROSA DE LOS VIENTOS

Poemas de ciudad

Jesús Vicente García

Para Malena,
porque la amo,
nomás por eso.


Escarceo

En las céntricas calles de la ciudad
sobre el murmullo ininteligible
entre el esmog
los asaltos
los cafés
las minifaldas
el amor
la prenda interior se introdujo
en tu sexo
Se impregnó del aroma
que me vuelve loco
y cuerdo indomable

La noche encendió su luz neón
Nos buscamos nos encontramos
Nos perdimos en un cuarto
de este hotel gigante
llamado Distrito Federal





Aliento

El bostezo huele a ciudad
en tu cuerpo de piedra
Esa mirada universal me ahoga
Duerme mujer
Descansa en el hotel de mis brazos
Permite mi estancia
Ronca
Necesito tu aliento a esmog




La muerte enjabonada


Ella se baña
enseñoreada
con el séquito vespertino
de sus manos

Ella se talla
ojos abiertos
las flores rizadas
de sus labios

Ella se enjabona
latiendo
ensangrentadas
las fauces pasionarias
de sus piernas

Ella seca su cuerpo
con el mío
aprieta
sus dedos en mi garganta

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LA VACA MULTICOLOR

Tarde pero sin sueño...
Kutzi Hernández Galván


Tarde pero sin sueño, los artistas han manifestado su sentir en torno a las obras emprendidas por la anterior administración municipal capitalina en materia de iluminación de edificios históricos, entre otras acciones de obra pública —sufragadas no sólo por el gobierno municipal, sino por el estatal y federal a través del programa Hábitat, que de entrada no parece estar concebido bajo la idea de respetar las particularidades intrínsecas de los hábitat urbanos.
Salvo en aspectos que ya hemos abordado anteriormente, estamos de acuerdo con su manifiesto —acompañado por 63 firmas—, en el que protestan por la unilateralidad en la toma de decisiones por parte de las autoridades y la falta de correspondencia de tales obras con el entorno urbano.
Al igual que nosotros, los artistas han hecho este señalamiento demasiado tarde. Sus razones habrán tenido ellos. En lo personal, ponernos a opinar sobre el nuevo aspecto de la ciudad nos parecía que era caer un poco en el “me gusta” o “no me gusta”, que yo creo que no es de interés público; nos parecía también que era sumarnos a la legión de especialistas en foquitos que hoy discuten el tema. Ahora reconocemos que quizá caímos en un error, máxime cuando son muchas las voces que han mostrado su desacuerdo y han dado argumentos sólidos que van mucho más allá del mero gusto personal.
Efectivamente, el ex alcalde Miguel Alonso Reyes, hoy titular del Consejo Estatal de Turismo, pensó que el asunto era tan fácil como pintar su casa y no consultó a la ciudadanía. No se nota que haya contratado a especialistas para planear qué, cómo y por qué. Seguramente hicieron una planeación técnica, sí, pero no hay una concepción histórica, ni arquitectónica, ni estética acorde no sólo a los edificios iluminados, sino al entorno. Es más, ahora que lo pienso, lo de la planeación técnica es un decir. Hace días, el arquitecto Raúl Toledo señalaba el error que se tuvo al poner focos en el suelo a la entrada del templo del Sagrado Corazón. Imagínese usted que una viejita vaya bajando la escalinata, que se encandile y entonces... ¡cataplúm! Las luces, de pilón, son verdes en la mayoría de los edificios, son frías. En ese caso, hubiesen buscado una iluminación cálida, ambarina, más acorde al material de que están hechos los edificios.
¿Por qué las autoridades no pidieron asesoría al arquitecto Toledo o a otros especialistas? ¿Qué pasa con la Junta de Monumentos? De que es bueno el arquitecto Lozano, no nos queda duda, pero ¿por qué no ha intervenido con la energía que caracterizó a don Federico Sescosse?
Hago este comentario, ya lo sé, a toro pasado, por lo que sería incongruente de mi parte reclamar a los artistas por la dilación al elaborar su manifiesto, en el cual proponen una serie de acciones que bien valdría escuchar. El crestón de la Bufa no se ve como antaño, misterioso y flotante en la noche, así que ¿por qué no apagar unos cuantos foquitos y ahorrarnos lo de la luz? Proponen también que la plazuela de García recobre su aspecto original, es decir, que quiten ese horrendo monumento al Viagra y vuelvan a poner el pocito que le daba un no sé qué de encanto provinciano. Son varios puntos los que se proponen, pero en síntesis, lo que piden es que se deje casi todo como estaba, y no nos parece que sea una postura reaccionaria ni gratuita; es, en cambio, un reclamo por que se respete aquello que hizo posible que Zacatecas obtuviera el título como Patrimonio Cultural de la Humanidad, y ese título no lo ganó la ciudad sólo por poseer una catedral de fachada barroca y un ex convento y unos museos muy monos. Lo ganó por la armonía que, en conjunto, tenía la ciudad. En ese manifiesto también está un reclamo por que se tome en cuenta la opinión de la ciudadanía. Esto no es como pintar la casa o poner cortinas nuevas.
Moraleja: Preguntando se llega a Roma.

Snif, snif...
Ya salió la convocatoria para el Segundo Premio Estatal de Periodismo Cultural. Y al documento le siguió un oportuno comunicado de la coordinación de Comunicación Social del Instituto Zacatecano de Cultura (IZC), el cual informa que los ganadores del premio el año pasado no podremos participar. Estamos totalmente de acuerdo, nos parece muy justa esta disposición y agradecemos que nos lo hagan saber de antemano, a diferencia de la convocatoria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Zacatecas (FECAZ). Fíjese usted que dicha convocatoria, en teoría, no impide la participación de los periodistas locales; sin embargo, fuentes extraoficiales nos han hecho saber que en la práctica, estamos vetados. Esta incongruencia puede ser interpretada como deshonestidad, que se suma a las irregularidades históricas en el FECAZ, que son tantas, que describirlas aquí ocuparía toda la página.
Si no van a hacer lo correcto, ¿para qué nos alborotan y nos hacen gastar en tiempo, dinero y esfuerzo? En este punto, sugerimos dos soluciones: o especifican en la convocatoria del FECAZ quiénes en la realidad no podremos participar, o se apegan a las bases. Urge que este tipo de procesos se manejen con transparencia, si lo que se quiere es un prestigio a favor de un esfuerzo tan noble —en teoría— como lo es el FECAZ. Moraleja: Lo más claro es lo más decente.
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EL SOL DEL TRÓPICO
Suplemento del suplemento de El Sol de Zacatecas

Lanzan el Segundo Premio Estatal de Periodismo Cultural

Acaba de ser lanzada la convocatoria para participar en el Segundo Premio Estatal de Periodismo Cultural en el género de Reportaje Cultural, en las categorías de radio, prensa escrita, televisión y fotografía. El certamen es organizado por el Gobierno del Estado de Zacatecas, a través del Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”, con el objetivo de fortalecer el desarrollo del periodismo cultural en el Estado de Zacatecas.
Aunque el documento señala que “podrán participar todos los periodistas en activo que residan en el Estado de Zacatecas”, un posterior comunicado aclara que “el Comité Organizador del Premio Estatal de Periodismo Cultural, que organiza el Gobierno del Estado de Zacatecas, a través del Instituto Zacatecano de Cultura, informa que, basados en el punto 2 del apartado “Jurado” de la Convocatoria lanzada este año para el mencionado Premio, no se admitirá la participación de trabajos realizados por los anteriores ganadores de este certamen”.
Los concursantes deberán enviar un reportaje publicado durante el año 2004. Sólo se aceptará un trabajo por autor. En la evaluación de los trabajos se tomarán en cuenta los siguientes aspectos: calidad narrativa del texto o de la imagen; investigación de los hechos y diversidad de las fuentes así como tratamiento de la información y relevancia del tema.
Los concursantes deberán firmar su trabajo con seudónimo, el cual escribirán también en la parte exterior de un sobre cerrado en cuyo interior incluirán sus nombres y apellidos completos: edad, domicilio (especificando si es de la ciudad capital o de los municipios) y otros datos que consideren útiles para su localización. Además, deberán anexar una constancia que los acredite como periodistas en activo, avalada por el medio de comunicación donde colaboren.
Todos los trabajos deberán enviarse a partir de la publicación de la presente convocatoria membretados como sigue: Comité Organizador del Segundo Premio Estatal de Periodismo Cultural a las oficinas del Instituto Zacatecano de Cultura ubicado en Lomas del Calvario s/n Colonia Díaz Ordaz Zacatecas, Zac. Teléfonos: 01 (492) 92 23370, 92 1113 y 92 22184.
La fecha límite de entrega de los trabajos de todas las categorías será el martes 7 de diciembre del año en curso a las 19:00 horas, se tomará en cuenta la fecha del matasellos del correo o mensajería.
El Comité Organizador del Premio no se compromete a devolver los trabajos presentados, los cuales quedarán a disposición de sus remitentes hasta el 15 de marzo del 2004 en las oficinas del Instituto Zacatecano de Cultura. Los trabajos que no hayan sido retirados cumplida esta fecha serán destruidos.
El Comité Organizador del Premio tendrá, durante los cuatro años posteriores a esta convocatoria, los derechos de comercialización de los trabajos que resulten ganadores; en este lapso los autores podrán publicar o exponer los trabajos siempre y cuando sea sin fines de lucro. El Comité Organizador podrá publicar o exhibir los trabajadores ganadores, sin cargo de derechos de autor y por tiempo ilimitado, en los casos en que el motivo esté relacionado con la difusión del premio.
El Comité Organizador del Premio Estatal de Periodismo Cultural nombrará un jurado integrado por reconocidos expertos en cada modalidad. Todos los casos no previstos en esta convocatoria serán resueltos por el Comité Organizador del Premio. Cada categoría tiene un premio único e indivisible, que consiste en 25 mil pesos y reconocimiento.
El fallo del jurado y la entrega de premios se realizarán el miércoles 15 de diciembre de 2004 en una ceremonia especial a efectuarse en el auditorio del Museo de Arte Abstracto “Manuel Felguérez” de esta ciudad capital, en punto de las 20:00 horas.
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A partir de mañana, el 8° Tour de Cine Francés
Del 15 al 21 de noviembre de 2004 se realizará el 8° Tour del Cine Francés en México, organizado en Zacatecas por Promotora Cultural de Zacatecas, en coordinación con instituciones culturales y empresas del país.
Las películas serán proyectadas en dos funciones: a las cuatro de la noche y a las nueve de la noche. La entrada tendrá un costo de 35 pesos y se venderán bonos de cien pesos por cuatro películas, con derecho a una cortesía al dos por uno. Informes a los teléfonos: (492) 92 511 93 y 92 276 48.
Gracias a la respuesta del público y a la promoción y apoyo de los medios de comunicación, este evento ha crecido de manera considerable, tanto en cantidad de espectadores, como en la calidad de las películas francesas exhibidas, las cuales se caracterizan por haber participado en festivales internacionales como: Berlín, Rotterdam y Málaga; además de contar con nominaciones en los Premios César.
La selección de películas exhibidas este año estuvo a cargo de Cinemas Nueva Era, quien logró obtener lo mejor de la producción cinematográfica francesa del último año.
El Tour dará inicio el lunes 15 de noviembre de 2004 en la Ciudad de Zacatecas, en Multimax Cinemas, con la proyección de las siguientes películas:
- 15 de noviembre: “France Boutique”, comedia dirigida por Tonie Marshall - Nominada a la mejor actriz de reparto, Judith Godrèche, en los Premios César 2004.
- 16 de noviembre: “Podium”, comedia dirigida por Yann Moix – La comedia más exitosa de Francia en el último año.
-17 de noviembre: “El Secreto del Malabar Princess”, comedia dramática dirigida por Gilles Legrand.
- 18 de noviembre: “Gran Escuela”, drama dirigido por Robert Salis – Selección oficial del Festival de Rótterdam 2004.
- 19 de noviembre: “25 Grados en Invierno”, comedia dramática dirigida por Stéphane Vuillet - Selección oficial del Festival de Berlín 2004, Premio del Jurado “Berliner Morgenpost” al mejor director en el Festival de Berlín 2004 y Selección oficial del Festival Español de Cine de Málaga 2004.
- 20 de noviembre: “Los Niños de la Lluvia”, animación dirigida por Philippe Leclerc – La mejor película animada de los últimos tiempos.
- 21 de noviembre: “París, Clara y yo”, drama romántico dirigido por Arnaud Viard.
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EN ESTA ESQUINA...
Sigifredo Esquivel Marín

(Zacatecas, 1973) es maestro en filosofía y ensayista, profesor-investigador de la Facultad de Psicología de la UAZ, cursa el doctorado en Humanidades y Artes de la misma universidad. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Recientemente obtuvo el Premio Regional de Ensayo 2004.

Eusebio Ruvalcaba
(1951) Es colaborador del periodico El Financiero, y ha publicado la antología La sabiduría de Gustavo Flaubert (Planeta, 1996); los cuentos El niño del paraguas, Me llamo Diego, Me llamo Mozart, Jueves Santo, Cuentos pétreos, La maestra Lourdes, en Cuentos eróticos mexicanos; las novelas El portador de la fe, Lo que tú necesitas es tener una bicicleta, Clint Eastwood, hazme el amor, Memorias de un liguero y Las cuarentonas.

Salf
Equilibrista entre los asuntos mundanos que la cotidianidad reclama y el ludismo de sus dibujos, Salf toca en un grupo de rock con especial fruición, a la vez que escribe sobre el tema con igual deleite.

Jesús Vicente García
(México, D.F, julio de 1969) Narrador, ensayista, poeta y corrector de estilo. Es editor de la revista literaria Cuiria. Ha publicado Transbordo, libro de cuentos (UAM-X, 2002), y la novela El Gran Vals (Plan C Editores, 2002).