martes, enero 04, 2005

No. 234. 12 de Diciembre de 2004

La hora cero
Alba Amaranta Hernández


Una señorita debe ser delicada como el pétalo de una rosa, discreta pero no tímida, amable pero no servil, bla, bla, bla.
Las niñas con las niñas, los niños con los niños, si no, te van a ver los calzones. Tú sólo con trastecitos y muñecas; nada de coches y pistolas, ni que fueras marimacho. Ni Dios lo quiera.
Las niñas de familia no andan platicando en la calle con cualquier pelele; después van a decir que ya estás muy choteada por los muchachos.
No, no, no, ninguna fiestecita; no tarda en venir la tía Teódula para que te enseñe a tejer ganchillo. Eso sí que es educar a una mujercita.
Nada de Universidad, ahí no se aprende a ser buena esposa.
Una señorita decente debe conservarse pura y casta hasta llegar al altar, debe entregar su más preciado tesoro sólo al hombre que le RESPONDERÁ y protegerá hasta que la muerte los separe, tal y como lo dirá el señor sacerdote en la sagrada misa.

Todavía falta un día con aproximadamente 10 horas para...
¡No aguanto! Le voy a llamar, ni modo que me diga que no. Calma, María de la Purificación, no comas ansias; tus padres te inculcaron principios. Si supieran lo que estoy pensando, les da un infarto, con lo persignados que son. Pero es que la mera verdad me muero de ganas de saber qué se siente, aunque sea con el santito de Rodrigo. Lo quiero y sé que está loco por mí; lástima que sea tan conservador, por algo a mis papás les cae bien. Espero que entonces sí se porte como todo un hombrecito. Quiero que esa noche sea mágica, especial, llena de amor, pasión, erotismo, de todo.

Si alguien tiene algún impedimento para que esta unión se realice, que hable ahora o que calle para siempre. Siendo así, los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe. Gracias por haber venido. Muy amables. Así será. A la víbora, víbora de la mar. ¡Beso, beso! ¡Que lo partan, que lo partan! ¡Vivan los novios!

Toda la vida escuchando consejos y siguiéndolos al pie de la letra para ser una señorita decente y una buena esposa, más aparte 14 años de conocernos, cuatro de novios, cinco meses planeando la fiesta, organizar lista de invitados, cuatro días, prueba de vestido, casi seis horas, boda al civil, dos horas, 57 minutos todo el rollo religioso, aguantar a todos los gorrones de la fiesta, cinco horas.

¿Y para esto tuve que esperar hasta la gran noche de bodas...?

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La melancolía del vampiro
Gabriel Andrade Haro

Apresuro el paso, busco palabras para el cortejo previo, deseo evitar el estereotipo empleado en los relatos de novelistas estúpidos, en los que se intercambia, acaso, un gemido, un grito. Sabe que la sigo. Se detiene, me pregunta la hora. Las ocho treinta. Le hablo del clima, del color de su vestido, su peinado. Se aburre. Ella conoce mi objetivo. Me ofrece su cuello y dice: “Ah, por cierto, no soy virgen”. No importa. La sed es insoportable.
Mi abuelo apareció, con sus anteojos de catedrático universitario y un par de batidos de grosella. Es hora de levantarse, debemos comenzar la lección. La sangre no es sólo ese líquido rojo que nos zampamos en un instante; también es el recuerdo de los días de sol y su sabor puede variar en un abrir y cerrar de ojos, dependiendo de las condiciones climatológicas o del dolor de muelas de una adolescente; sin embargo, es un hecho comprobado la existencia de sólo dos sabores: virgen y no virgen. De ellos derivan todos los demás. Sólo hay dos sabores, que te quede bien claro. No hagas caso de los cuentos sobre un tercero, el de la Vampiresa Virgen, porque puede llevarte a la perdición.
Ya conocía la historia. Cuando me transformé, era usual que los mayores la contaran, quizá para asustarme, quizá para provocar en mí la curiosidad. Cuando una mujer es convertida al vampirismo, bien por una mordida, bien por haberle practicado una excelente cunni linguae, su sangre cambia de sabor y su olor se vuelve más penetrante. Uno lo percibe, incluso en los mercados, entre el espeso tufo a queso y carne fría; entre el familiar olo a rata. Entre una rata y un vampiro casi nadie distingue el olor, pero señor, entre una rata y una Vampiresa Virgen hay pequeñas y exquisitas diferencias. Es como cuando uno prueba un Rioja y lo compara con un Ribera del Duero: existen guiños, acentos, pequeñas diferencias, placeres sólo reservados para los paladares más expertos. El secreto consiste no solamente en que la mujer haya participado del Don, sino que por alguna gracia del azar haya conservado intacto el velo de la castidad.
Investigadores tan respetados como el Dr. Tèpes han sucumbido al encanto de la Vampiresa Virgen y su descripción de tal criatura es, aún, inigualable:
Las vampiresas vírgenes son las criaturas más eróticas que se conocen. Una mirada las fascina, el roce de un brazo en el autobús les nubla la visión, el pulso cardiaco se puede oír a kilómetros cuando olfatean una colonia de lavanda y ya no digamos el rasgar con la uña del cordial su himen. Si pruebas la sangre de Vampiresa Virgen, tan sólo una gota, estás perdido: la borrachera dura siglos y después de esos siglos uno no puede aceptar otra cosa, ni la sangre menstrual, con todo y las supersticiones que acompañan a sus —en realidad— escasas virtudes, uno se va secando poco a poco, como un trozo de cecina, anoréxico como una adolescente.

Por mi parte —dice mi nostálgico abuelo— he buscado por todas partes a la Vampiresa Virgen. Escalé montañas, crucé ríos, mares embravecidos, me enfrenté a los peores monstruos que un vampiro pueda imaginar. No la encontré, pero sé que en alguna parte me espera y su amor será mío y de nadie más.
Pobre abuelo. Cuando lo conocí, estaba medio loco y sus amigos lo veían como bicho raro; lo hicieron a un lado, lo olvidaron, la Vampiresa Virgen lo había trastornado. Recién convertido, le abrí las puertas de mi casa, lo ayudé y él me tendió la mano. Eso no lo puedo pagar con nada. Su obsesión lo ha llevado a adoptar ciertos “gustos” que no son del agrado de nuestros congéneres —míos tampoco—; sin embargo, los he aceptado porque lo reconfortan y lo llenan de una paz que le dura meses.
Bien. Por hoy es suficiente, es tiempo de salir a divertirnos —dice mi alegre abuelo—. Lee el periódico, anda, fíjate bien en los avisos de ocasión, en la sección de masajes: ¿No crees que la mentada Vampiresa Virgen es el nombre de guerra de otro afroantillano? —me pregunta emocionado, al tiempo que pasa la lengua por sus labios—. Escupí el sorbo del batido, el abuelo continuó: Bueno, de cualquier forma ya tenemos reservación, para hoy a las nueve, así que enjuágate la boca que te apesta y ponte esa loción que tanto me gusta.

La Vampiresa Virgen abrió la puerta, en persona. Nos quitó los abrigos y recogió la anticuada chistera del abuelo. Tenía las piernas más largas que mi vida, los pies pequeños y los cabellos negros recogidos con alfileres. Ray Coniff hacía el ambiente con su versión de Bésame mucho. Olía a iglesia. Nos pidió que nos quitáramos los zapatos, quizá simulando que nos había visto pisar el suelo. Las paredes estaban llenas de espejos: aproveché para atusarme el bigote. Ella se quitó la capa, los pechos eran redondas copas de coñac; tenía los párpados largos y la frente afeitada, como una madona flamenca.

Pero volvamos a los pechos: nos los ofreció sin más. El abuelo no lo pensó, yo me fui acercando poco a poco; cerré los ojos y me quise guiar por el olfato; pero me perdí en la habitación, la fragancia inundaba todo como una tierna neblina, la mano de la Vampiresa Virgen nos condujo hacia la sagrada fuente, tomándonos de la mano. Cuando me di cuenta, ya estaba de rodillas. No quise abrir los ojos. Para mí era la Vampiresa Virgen aunque su sangre fuera tan espesa y salada como el agua del Mar Caspio. Así estuvimos, no recuerdo si hasta el amanecer.

Quiero pensar que se trataba del tercer sabor, del que está prohibido. Quizá la Vampiresa Virgen era, realmente, ese afroantillano hermoso de ¿sangre? Tan salada, quizá la búsqueda de mi abuelo ha terminado y la mía apenas comience. Regresé a aquel sitio cien años después, pero no me atreví a tocar el timbre.
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SÓLO PARA AUDIÓFILOS

Lennon: Nowhere Man

Por: Saúl Alfonso Hurtado Rizo


Escribir, hablar o escuchar algo de John Lennon es realmente cotidiano. Sin embargo, durante el presente mes en que se cumplen años de su trágica muerte, se incrementa notablemente esta figura, ya que en todos lados se le rinden homenajes. Su legado en la historia de la música y sus protestas contra la guerra fueron trascendentales en los años sesentas y setentas.
Un dato interesante: En el mes de agosto de 1980, Lennon le comentó a su asistente Fred Seaman que cuando muriera contara sus últimos días. Cuatro meses después de esta charla, un demente le disparó fuera de su departamento en Nueva York. Seaman, un día después, visitó a un amigo para escribir un libro de todo lo que vivió con el músico en sus últimos días. El resultado es el libro Nowhere Man, de Robert Rosen. Se cumplió el deseo de Lennon bajo la inspiración literaria.
El libro habla de varios detalles del músico, quien logró la fama mundial por este hecho: haber pertenecido al grupo que representó la principal influencia de todos los grupos de rock que existen en el planeta: The Beatles.
Fueron cuatro jóvenes nacidos en el puerto de Liverpool que a la edad de 25 años eran superestrellas. Existía gran expectación por verlos en vivo, sus discos vendían por millones, lograban la histeria colectiva con su música. Se requería mayor cuerpo de seguridad para protegerlos que el que necesitaba el Presidente de Estados Unidos. Se habla de que existía una adoración por ellos, al extremo que varias jovencitas declararon tener orgasmos al verlos cantar.
En el libro The Beatles: Una Historia Inimaginable, el autor Enrique Delgado Fresan, señala con toda exactitud:

“¿Qué llevaban The Beatles que lograron imponerse en esa forma? Probablemente ni ellos lo sepan, a pesar de la fama y el éxito, que indudablemente les afectaron, es difícil que puedan explicar la razón del fenómeno”.

Formaron su nombre The Beatles de la palabra beetles, que significa escarabajos, agregándole la letra a, para que fuera beat que significa “ritmo”.
Entre los años 1954-56, un joven inquieto de nombre John Lennon se integró a un grupo llamado The Quarrymen, con quienes estuvo tocando, sin embargo, prefirió abandonarlos para ingresar a la Escuela de Arte de Liverpool, desintegrándose la agrupación. Posteriormente se unió con varios amigos y adoptaron diversos nombres como: The Rainbows y Johnny and the Moondogs, pero con ninguno de ellos quedaron satisfechos, a pesar de participar en concursos musicales donde comenzaron a derrochar energía y talento.
Después de buscar varios nombres, escogieron: Long John and the Silver Beatles para finalmente quedar como The Silver Beatles, nombre con el cual tuvieron varias presentaciones e incluso aparecieron en algunos medios de comunicación como la revista “Melody Maker”.
Así, cuatro jóvenes de nombres John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, conforman The Beatles en 1957 y con su primer grabación comienzan ese mismo año los éxitos. Dos años después llegan a Estados Unidos, considerados como los líderes de la Revolución Musical de la época iniciando de esta manera la denominada Beatlemanía.
Consiguieron un contrato para tocar en “The Cavern”, donde fueron descubiertos por Brian Epstein, propietario de una tienda de discos, quien los llevó a los estudios de grabación. Pocos años después muere Epstein por sobredosis de drogas.
Ya en el 1965, influenciados por el cantante folk, Bob Dylan, exploran nuevos horizontes, tanto a nivel musical como en la concepción de las letras, y así las canciones compuestas por el dúo Lennon-McCartney, se convierten en verdaderos himnos que no sólo hablan de amor sino de situaciones cotidianas. Ante esta situación, se cree que su mayor mérito es que supieron amalgamar la acidez de Lennon y la dulzura de Mc Cartney, logrando una combinación inimaginable.
También en el año de 1965, el 26 de octubre fueron condecorados por la Reina Isabel II como “Caballeros del Imperio Británico”. Algún tiempo después, los muchachos regresaron dichas distinciones señalando que ellos no necesitaban de ese tipo de cosas para componer buenas canciones.
Pero gran parte de su éxito se debe al llamado Quinto Beatle, George Martin, quien se desempeñó como productor a lo largo de la carrera del grupo. Experimentó con ellos algunas audaces técnicas de grabación en el estudio, totalmente novedosas para esa época y que en la actualidad son obras geniales de ingeniería en sonido, ya que además incorporaron instrumentaciones de música clásica, dando con ello las primeras bases de lo que sería el rock progresivo y sinfónico.
Tras editar algunos discos considerados como geniales: “Sgt. Peppers”, “Rubber Soul”, “Revolver”, “Let it be” “Magical Mistery Tour” y “Abbey Road”, para 1968 los problemas en el grupo eran evidentes y las composiciones eran más bien de manera individual.
Finalmente en el año 1970, se anuncia la separación de The Beatles, y a pesar de varios intentos por reunirse, no se logró el objetivo. El 8 de diciembre de 1980 la noticia trágica recorrió el mundo: fue asesinado John Lennon en New York, por lo que nunca se volvería a concretar tan esperada reunión...
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LA ROSA DE LOS VIENTOS

Desde aquel mañana

Elodia Lara Barrios


La indiferencia de árbol
es un místico rehuir de la palabra

tiempo de hojas
de vientos
y de nubes

van inmersos
desde aquel mañana
de árbol y de cielo
en la transparencia juega el día
mariposa
compartir en el sabor del mundo
es de abejas y de flores
Saberse flor y sentirse abeja
o mariposa
da continuidad a la pasión de ser
árbol
soy mariposa/ nuestras fantasías vuelan
en el hermetismo de esos sueños
y en tus brazos
ramas
y apéndices
me deslizo
a recomponer la lluvia
de miel
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LA VACA MULTICOLOR
Kutzi Hernández Galvàn
El infame retorno de la Tartamuda


—¿Qué onda, mi vacurria? ¿Cómo van esos pasteles?
—¿Ma? ¿Pos ésta, en qué carreta llegó? ¿Quién eres, y por qué tan igualada?
—¿Pos cómo que quién soy? ¿Ya no te acuerdas de tu cuatacha la Tartamuda?
—¿La Tartamuda? ¿En serio? ¿Y a qué debo el honor?
—Pues si así le seguimos, nos vamos a llevar toda la columna en pura interrogación. Pos te vine a visitar, mi Vaquita descolorida, tal como te lo anuncié en mi carta...
—No la recibí...
—Ah, seguramente fue porque no te la mandé. Pero no le hace. Vine a Zacatecas a pasar aquí las fiestas decembrinas carambinas, y a admirar la Catedral ahora que le pusieron sus foquitos...
—Uy, mi Tarta, pues olvídalo, porque en últimas fechas, se le ha visto apagadita, apagadita, en la noche...
—¿Y eso?
—Ah, mira, eso sí no sé. A lo mejor es para ahorrar energía, o para ahorrarse los elogios al anterior alcalde, porque ahora le van a tocar al nuevo, y como dícese que no lo puede ver ni en pintura, imagínate...
—Ah, qué mi Gerard De Pardieu, quién lo viera tan apasionao. Aunque la neta no creo que sea por una razón tan boba...
—Bueno, bueno, pos a mí se me ocurrió...
—Oye, supe que mi buena Rorro sacó todo un reportajote desplegable sobre ese tema tan controvertido que es la imagen del centro histérico...
—Clarín corneta. Y como decía Polillita, levantó ámpula, sobre todo porque hay dos que tres datos que deja muy en claro...
—¿Por ejemplo?
—Pues lo que todo mundo ha señalado, que los trabajos de iluminación más notables se inauguraron en abril de 2003, y el manifiesto de los artistas —sin “h”, ¿eh?— salió hasta octubre de 2004, es decir, a destiempo...
—Pues un amigo me dice que es por el bromuro que está esparcido en la atmósfera zacatecana, que origina la característica parsimonia local...
—Qué bromuro ni qué mis cuernos, eso es más bien choteo...
—¿Y entonces, por qué otra cosa se habrán tardado? Ni modo que por el reciente nombramiento de el ex alcalde, Miguel Alonso, como titular de Turismo, acaecido, curiosamente, apenas unas semanas antes de que apareciera el manifiestín...
—Sería lo más lógico, ¿no?
—Ay no, no creo que tengan segundas o terceras intenciones, si se la pasan todo el día pensando en puras cosas constructivas, nutritivas y saludables, ¿no?
—A propósito, por ahí dos que tres gentes ya le han reclamado a nuestro cuatanacho Armando Haro Márquez, quesque por haber firmado el documento...
—¿Y no?
—Nel pastel. El que firmó fue Armando Haro Rodríguez, cuyo segundo nombre, por cierto, es Ezequiel, y no aparece en el papelín...
—Uy, pues qué quemadota para mi pobre cuate, jeje.
—Imagínate, si hasta Gerardo Félix ya le retiró el saludo porque Armando no quiso firmar el buen manifiesto...
—¿Gerardo Félix, el alcalde? Eso no puede ser. Se supone que entre más altos valores de la política moderna figuran la tolerancia y la transigencia...
—A lo mejor está chapado a la antigua...
—Cosas veredes, Chencha...