sábado, enero 08, 2005

No. 236. 9 de Enero de 2005

Año nuevo
Nadia Talamantes

Lo que empacha en estas fechas de cierre anual es el exceso de rituales huecos y la ausencia de regeneración. Sí, están los propósitos de año nuevo (en una noche espero abandonar todos los vicios), pero un examen de conciencia despierta el fantasma de todos los proyectos incumplidos.
No se puede contra la creencia irracional de recibir bendiciones a cambio de supercherías. Las uvas, las velas, la ropa interior amarilla y las lentejas, todo sirve para granjearse al demiurgo cumplidor de deseos. Los ritos son más poderosos que la lógica, los escépticos terminamos cediendo por si las moscas (pasearé mi maleta vacía por la calle con una postal de Praga arrugada en la mano).
Nos vemos inducidos, en esta época de penurias, a realizar rituales cargados de buena voluntad, más que de poder, para invocar salud, prosperidad y protección para el nuevo año. Poco importa que nuestros motivos sean más prosaicos que los que movieron a los celtas o a los romanos a celebrar el solsticio. Hay que celebrar, la borrachera de fin de año es el último amnésico que nos salva unas horas del terrible bache que oscurece todos los inicios de año, la cuesta de enero.
Con los bolsillos desinflados, una lista de propósitos tan espinosos como las mitológicas tareas de Hércules y el reto de aprender a declinar el 2000 con un 5, nos enfrentamos al nuevo año fiscal, pues también Hacienda tiene derecho a su tiempo cíclico. De hecho, se me ocurre que sería estupendo que todas nuestras instituciones hicieran pública su lista de propósitos de año, no viene mal que sientan, ellos también, la necesidad de corregir sus inmoralidades.
Por otro lado, da miedo recibir este año (el brindis en voz baja y mano temblorosa) y hay poca nostalgia por el que se fue. El 2005 no apunta hacia la realización de deseos, augura la actualización de temores, más Bush, más Irak, más Israel, más Afganistán, más Corea del Norte, más Tláhuac, más Bejarano y más Juárez esperando aniquilar la confianza de la gente de bien. Los Reyes Magos se lucirán con el obsequio de una contienda electoral prematura y una agenda con el acuerdo migratorio tachado. (Le pedí a Santa un manual para interpretar las estadísticas, no me lo trajo, ¿qué significa que el 10% de la población mexicana sea analfabeta?).
Tantos muertos que no podrán recibir el año, tantos vivos que no hacen lista de propósitos, pues ya no esperan nada. Pero los mexicanos somos muy creyentes, y apostamos cada año por un nuevo eón, una nueva era más luminosa que la anterior. Y nos atragantamos de uvas, una por la paz mundial, venga otra para tomar con humor el incremento en el salario mínimo, otra uva por que encierren a Pinochet, una más por el campo y las lluvias, ésta por que no se extinga el jaguar, por el fin de los transgénicos, de los narcos y de los maremotos, por que la aldea global no nos haga más pobres y así hasta terminar con toda la reserva vitícola del país.
Empachémonos de uvas y deseos, estos rituales tienen poder, al menos el poder de dejarnos invocar cosas mejores. La regeneración es una necesidad, de la tierra y de los hombres. Y confiemos, también, de las naciones.

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Susan Sontag: ciudadana de la intemperie global
Sigifredo E. Marín

Acabo de enterarme de una terrible noticia, otra más después de los trágicos maremotos de Asia: ha muerto Susan Sontag; pensando que se trata de una broma de mal gusto en el día de los santos inocentes, confirmo en varias agencias de noticias el suceso, y sí, efectivamente, Susan Sontag está muerta. Después de una penosa y ardua batalla contra el cáncer, el principio de muerte se impuso sobre el principio de vida.
Susan Sontag ha sido un paradigma de intelectual crítico a partir de la década de los sesentas. Escritora, cineasta y activista social, ciudadana comprometida con su mundo, Sontag falleció este 28 de diciembre en Nueva York a la edad de 71 años. Su figura es emblema de una izquierda lúcida que buscó hacer de la imaginación crítica y la lucidez dos armas poderosas en medio de polos extremos (y aparentemente opuestos): la barbarie de los poderes hegemónicos y la estulticia de una izquierda autoritaria. Participó en los movimientos de autonomía más relevantes del siglo XX: la lucha por los derechos de los negros, la igualdad de las mujeres, la reivindicación activa de grupos minoritarios, el desenmascaramiento de la ideología bélica sobre Vietnam; fue activista en Bosnia y criticó con dureza las invasiones imperiales a medio oriente. Sintetizó su lucha en un aforismo: «Mi único compromiso es el de ser una ciudadana. Y como ciudadana, como ser humana, siempre me he sentido obligada a usar la voz pública».
Su voz crítica siempre ha tomado la forma del presente, hasta antes de su muerte, nunca había descansado su denuncia feroz contra las formas de dominación realmente existentes. Ni siquiera el cáncer, la detuvo. Jamás cedió ante las diversas formas de dominación y domesticación de los aparatos del poder. Se avergonzó tanto del Estados Unidos de Bush como del apoyo acrítico de Gabriel García Márquez al dictador Fidel Castro o de todos esos intelectuales con orejeras incapaces de hacer autocrítica.
La obra de Sontag anticipó muchos de los acontecimientos cardinales de la sociedad actual. Artista y pensadora de nuestro tiempo, hizo de la novela y el ensayo géneros híbridos para pensar los problemas contemporáneos. Junto con Paty Smith fue una de las voces discordantes frente a los atentados del 11 de septiembre del 2001. En el 2003 recibió el Premio Príncipe de Asturias, justo cuando su país invadía Iraq; conflicto que criticó sin concesiones. A pesar de las críticas y los ataques que recibió, la autora de En América, jamás renunció a su autonomía y fidelidad éticas. Alguna vez confesó que la literatura había ampliado su capacidad de compasión. Por eso veía su intervención política como una extensión de su literatura (al respecto recomiendo la excelente página web Susan Sontag en www.susansontag.com/index.htm).
Sus opiniones y escritos incendiarios, escandalizaron las costumbres de una intelectualidad políticamente correcta. Una niña terrible que amaba la polémica, cuando regresó en su juventud a New York tenía sólo una meta: ser escritora, y sin quererlo, se convirtió en una figura de culto. Como consideraba que escribir es inseparable de vivir, pensar, ver, sentir y actuar, buscó relacionar su formación filosófica con la cultura, el arte y la vida cotidiana. Y el resultado fue explosivo y sorprendente: uno de los análisis más lúcidos de la cultura en su relación con el arte y la política. Durante meses veía dos o tres películas diarias, le encantaba el cine mudo, pero lo que más le entusiasmaba era que el nuevo cine europeo de gente como Godard y Bresson porque lleva hasta sus últimas consecuencias las vanguardias y experimentaciones artísticas.
En este mismo sentido, el arte fue para ella un laboratorio de experiencias que transgreden las fronteras impuestas artificialmente entre razón y pasión, alta cultura y baja cultura, inteligencia y animalidad. Su amor por el teatro y el cine da cuenta de un interés por pensar con el cuerpo. Para Artaud –a quien gustaba citar Sontag– saber, experiencia y vida se entrelazan en una obra de arte que nos abisma en una violencia sagrada: "Lejos de asociarse a un fácil irracionalismo que polariza razón y sentimiento, enfatizó Sontag-, Artaud imagina el teatro como el lugar donde el cuerpo puede renacer como pensamiento y el pensamiento como cuerpo”. Ella fue una intelectual que replanteó el humanismo desde una visión pluralista.
Su formación en Europa y su pasión por escritores como Benjamín, Weil, Camus y Canetti le permitieron crear una síntesis reflexiva que ha fungido como puente entre las tradiciones continentales y norteamericanas. Carlos Fuentes, Álvaro Mutis y Salman Rushdie coinciden en verla como una escritora capaz de atravesar la espesa niebla mediática con una inteligencia luminosa y clara. En un comunicado difundido por Afp y Dpa, Rushdie manifestó aflicción por su fallecimiento: “era una de las artistas más prominentes y una amiga querida y amada. Una pensadora valiente y original que fijó un modelo de rigor intelectual al que yo y sus muchos otros admiradores continuamos aspirando, insistiendo en que la obligación de expresarse sobre los grandes temas de la actualidad va pareja al talento literario".
Judía de origen, amó y odió con todas sus fuerzas la ciudad de Nueva York, donde nació y murió: «Es una de las grandes ciudades del mundo, cosmopolita, un perfecto lugar para observar». En 1963 publicó El benefactor y después los ensayos paradigmáticos de la época de los sesenta: Contra la interpretación y Notas sobre el Camp. “Treinta años después” (New York: 1996) de haber escrito Contra la interpretación, considera que todavía son vigentes los valores que animaron su libro: la utopía, la imaginación radical, la afirmación revolucionaria de una sociedad polimorfa y abierta a las diferencias; en suma, un ethos vitalista de corte nietzscheano.
Una crisis existencial fue acicate de uno de sus libros de ensayo más hermosos y lúcidos Bajo el signo de Saturno, donde además de describir la época de posguerra en Europa, nos da una fina lección de sabiduría sobre la barbarie, la melancolía y el nihilismo que desmoronan el mundo actual. Aún recuerdo que este hermoso libro me conmovió al extremo de querer compartirlo con uno de mis mejores amigos Ricardo Reyes Mata, quien lo devoró con el mismo placer que leía los clásicos; ambos descansen en paz.
Todavía en el 2001, en la recepción del Premio Jerusalén de Literatura, Sontag volvió a levantar su vos cristalina y vigorosa contra el genocidio palestino y las fuerzas de ocupación israelíes auspiciadas por su país. Sus compatriotas intelectuales todavía no se lo perdonan. Años después dijo: “Los que se oponen a los planes hegemónicos mundiales del actual gobierno de Estados Unidos son patriotas que hablan en nombre de los intereses superiores de Estados Unidos. Es importante recordar que en los programas de resistencia política la relación de causa y efecto es serpentina y a menudo indirecta. Toda lucha, toda resistencia, es -debe ser- concreta. Y toda lucha tiene una resonancia mundial” (Discurso en la entrega del Premio Oscar Romero 2003).
Carlos Montemayor afirma que: “es una lástima que en un momento en el que impera la barbarie en Estados Unidos desaparezca una inteligencia tan aguda y honesta como la de Susan Sontag, quien logró asumir un compromiso, más allá del claustro universitario, con la vida social y política”. Por su visión amplia de un mundo en continua transformación, nos remite a los renacentistas, quienes veían el saber y la vida como dos campos comunicados por la voluntad e inteligencia de un ser humano que se concibe de forma integral y compleja. En cambio, por su rigor académico y responsabilidad ante los problemas políticos, se acerca a esa otra gran figura intelectual que es Noam Chomsky, ambos pensadores de la barbarie de nuestro tiempo. Pero el valor moral de Sontag me recuerda más a esa hermosa y decidida estudiante de 23 años de Olympia Washington, Rachel Corrie, muerta con su chaleco anaranjado fluorescente, mientras intentaba detener una de las demoliciones en el sur de la franja de Gaza.
Críticos y especialistas han dicho que Sontag carecía de erudición y profundidad, que sus ensayos eran “aproximaciones” carentes de base sólida, que detrás de “las frases bellas” no había nada. Tal vez tengan razón, pero eso es precisamente lo que hace de la obra de Susan Sontag un legado valioso, un testimonio y un testamento de nuestra época finisecular: la búsqueda de construir un punto de vista que se atreve a pensar un mundo globalizado a pesar de la infinita caducidad de la teoría. Su debilidad teórica, a la postre, resultó ser su mayor fuerza: pensar el presente, habitarlo desde la reinvención de nuevos mapas cognitivos de libertad y crítica, provisionales pero atentos a lo que sucede. Por eso, y por otras razones que ahora se me escapan, Susan Sontag fue ciudadana de una intemperie global.

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“Historia de la Banda de Fresnillo”
Luis Díaz Santana Garza

Enhorabuena a Verónica Dávila; los que la conocemos no ignoramos los años que ha dedicado al trabajo que hoy nos reúne. Felicidades también al patronato de la feria de Fresnillo y al Instituto Zacatecano de Cultura, pues la presentación de un libro sobre historia de la música no es en México muy común, y para el estado de Zacatecas este es un privilegio muchísimo más raro. La historiografía sobre el tema es muy reducida, y nos permitimos comentarla porque no desperdiciaremos mucho tiempo. Efectivamente, los estudios dedicados enteramente a la música zacatecana son escasos: en primer lugar tenemos el Folklore de San Pedro Piedra Gorda Zacatecas (1952), de Vicente Mendoza y Virginia de Mendoza, que tiene el inconveniente de contener testimonio mayoritariamente de una sola informante, la señora Petra Guzmán, criada en ese municipio zacatecano, pero radicada por muchos años en la capital del país. Al respecto, y hablando de la recolección de cantos populares, Béla Bartók comenta que “no es buen criterio servirse de personas que han dejado sus aldeas y se han ido a vivir en otros sitios... estos individuos... inconscientemente pueden haberse alejado también de la “comunidad musical” de su pueblo al extremo de alterar su estilo de ejecución”.
Otro libro que vio la luz en 1963 es La música en Zacatecas y los músicos zacatecanos, del Dr. Jesús C. Romero, buena fuente de datos que, sin embargo, fueron recabados en una hemeroteca de la ciudad de México, dando como resultado una gran cantidad de información descontextualizada, a manera de efemérides. Finalmente observamos el que es sin duda el mejor trabajo al respecto, El corrido zacatecano, de nuestro querido maestro, el historiador Cuauhtémoc Esparza Sánchez, estudio publicado en 1976, basado en archivos privados y en fuentes orales. Con este libro, el maestro Cuauhtémoc nos demuestra que la música tradicional mexicana es un soberbio archivo histórico que se encuentra vivo.
Teniendo en cuenta este escasísimo panorama en torno a la investigación musical zacatecana, recibimos hoy con un jubiloso estruendo la reciente aportación a la musicología local en este trabajo de Verónica Dávila, El jubiloso estruendo, historia de la Banda de Música de Fresnillo, que tiene como cimiento la tradición oral de ese municipio, y que nos hace distinguir que si queremos contar con una historia de la música en México, ésta debe comenzar por ser incluyente, reconociendo la pluralidad de temas y regiones en que se encuentra dividido el país.
Es importante el hecho de que este nuevo libro está escrito por una persona que conoce a fondo el arte musical, ya que nos contagia su amor por él. En ese sentido, es triste advertir que en el reciente número de la revista del Conservatorio Nacional de Música, más de la mitad de los artículos están firmados por literatos, abogados, historiadores y hasta economistas. De igual forma, el ganador del prestigiado premio de musicología Casa de las América es un sociólogo que analiza los narcocorridos. Necesitamos más músicos que escriban sobre música. Pero debemos ser optimistas: ya tenemos esta historia de la Banda de Fresnillo; ahora es preciso buscar la forma de investigar y divulgar la música religiosa y de salón fresnillense, los corridistas, los mariachis, los instrumentistas, las minorías étnicas, los grupos indígenas, etc., para después hacer ese mismo trabajo en un poco más de dos mil 400 municipios, en los que se encuentre dividida nuestra nación. ¿Labor titánica? Así parece, pero en nuestro estado podemos comenzar por crear un archivo sonoro de la palabra, pues sabemos que varios de los músicos entrevistados por Verónica han fallecido, llevándose con ellos esa representación y apropiación de los hechos históricos que no podemos encontrar en ningún libro de texto. *
Pero tornando a la obra de Verónica Dávila, debemos resaltar antes que nada su lenguaje directo, que evita cualquier erudición estéril que sólo abre más la brecha entre los investigadores y el público. Este no es el caso; al abrir el libro, ustedes seguramente lo terminarán en unas horas, ya que experimentarán el agrado de la plática con viejos amigos a través de sus trabajos y sus días en la música.
A través de las fuentes primarias que nos presenta la autora, nos percatamos del formidable apoyo oficial que se dio a las bandas de música en el Zacatecas del siglo XIX, y cómo éstos han ido declinando hasta casi desaparecer en nuestro días. Después, conocemos los usos que se le da a la música durante el porfiriato, época de oro de las bandas, las cuales fueron empleadas en todo el país para lograr esa anhelada unidad nacional, integrando e “inventando” a la nación después de haber padecido unos 70 años de inestabilidad política y social.
Ya en el siglo XX, se dio la decadencia de la música viva a causa de la paulatina secularización, además de las sinfonolas, por lo que los filarmónicos de la Banda de Fresnillo se vieron obligados a llevar una curiosa doble vida durante los años cuarenta del siglo pasado: Guadalupe Acuña tenía un estudio fotográfico, Inés Robles era campesino, José Vidales trabajaba para la Junta de Conciliación, Felipe Alarcón tenía una peluquería y vendía billetes de lotería, Juan Flores era minero, el señor Esqueda había trabajado en telégrafos... y finalmente el pobre Manuel Soto era en ese entonces camposantero.
Pero en fin, no voy a contarles el libro, los invitamos a leerlo, y deseamos finalizar recordando al personaje central de este trabajo, el maestro José María Vanegas, don Chema, hombre ejemplar, quien tomó a la música como un verdadero apostolado, y que en todo momento nos recordó las palabras del jesuita Matteo Ricci: “un hombre paradójico es aquel que parece extraño a sus semejantes pero no lo es en el cielo”. A lo largo de la vida de Don Chema observamos que jamás cobró por dar una clase de música, y lo vemos luchar para que su banda sigua tocando a pesar de las adversidades y carencia de apoyos económicos municipales. Algún malintencionado espectador preguntará: ¿por qué esta obsesión de Chemita? Una posible respuesta nos la brinda el sociólogo francés recientemente desaparecido, Pierre Bourdieu, quien afirma que “...el espectáculo popular es el que procura la participación individual del espectador en el espectáculo y la participación colectiva en la fiesta cuya ocasión es el propio espectáculo mediante las manifestaciones colectivas que suscitan y el despliegue del espectacular lujo que ofrecen... satisfacen... al gusto y al sentido de la fiesta, de la libertad de expresión y de la risa abierta, que liberan al poner al mundo social patas arriba, al derribar las convenciones y las conveniencias”. Y nosotros podemos agregar que la tenacidad de don Chema es resultado de la convicción profunda de saberse heredero de un longevo potencial musical, tal vez subalterno, sí, pero que ha perdurado hasta el día de hoy en Zacatecas. Don Chema tenía la certeza de que su arte, con altibajos, sería favorecido tarde o temprano por las propias comunidades, que de esa manera aseguran la continuidad de sus tradiciones: en ello les va su identidad.

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LA ROSA DE LOS VIENTOS

Ella es relámpago
(PoemaAntípoda)

Jorge Salmón


Palabra escapando de tus senos
/más, nace, palabras/
Que brillan en la noche
/luna, viento, ortiga/
La claridad más viva
/la mano, pluma, el canario/
Que humedece mis ojos
/cobre y peces, gato: plácido/

Una mano de flor azul
/le grulla por el grillo, el tiesto/
Un cántico en el mar
/el ocelote: la gruta, mano negra/
Cuando tu cuerpo se mece
/dunas y piel naciente, blusa y viento/
Vaivén de las olas a mis brazos
/Dios es extraño: cuando te habla/

Palabra de carne en tus labios
/Dios se alimenta del olor de tu piel: barca/
La fresa en tus mejillas de sol
/el día pronuncia su frase cuando te mira
El durazno en la mano
Desnuda: y se desangra/

Le ventana que me mira
/pollos del horario, grulla en tus manos/
Toda la noche abierta
/de vez en cuando, todo es mujer: nescafé/
Como un libro en vela
/tu mano es Central Park: ojo del poema/
Que me acerca a lo lejano
/páramo espalda de mujer: lentos ojos/

El camino a los pies del poeta
/tiesto de flores, mano, mesa; almohada/
El alba que regresa en un puño de sol
/maíz en tus pechos: liebres lechosas/

Porque eres todo en los peldaños
/sueños, alondra, sueños de alondras/
Seguros de la noche y luna
/viven los ojos de mujer en la noche: ah/
La mano llena de palabras
/velan los poetas, avalan la noche: mujer/
En la bolsa de mi camisa negra
/transcriben, poetas, tu cuerpo, desnudo: Venus/

1 de enero, 2005


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LA VACA MULTICOLOR
Kutzi Hernández Galván

Un premio bien merecido

Un periodista no se hace de la noche a la mañana, ni en seis meses. No quiero entablar aquí una preceptiva sobre el tema, que para eso se ha escrito ya todo lo que necesita leerse al respecto. Saco el tema a colación —cosa que el periodo vacacional no me permitió hacer antes— para festejar a nuestro colega y amigo Enrique Salinas, ganador del Segundo Premio Estatal de Periodismo Cultural, en la categoría de prensa, otorgado en diciembre pasado por el Gobierno del Estado a través del Instituto Zacatecano de Cultura.
No desaprovecho la ocasión para felicitar también a los ganadores del premio en las categorías de radio, fotografía y televisión: Francisco Esparza, Ernesto Moreno y Eduardo López y sus compañeros de Trecevisa, respectivamente.
Me permito mencionar de manera especial el caso de Salinas Enríquez, pues no sólo ha sido capaz de aportar al periodismo cultural local una visión inteligente, plural y respetuosa de todas las manifestaciones artísticas y culturales, sino que además desde cualquier trinchera, la disposición que hacia nosotros le ha caracterizado siempre, ha sido la del compañerismo rayano en la complicidad.
Actual editor de la sección cultural del diario Imagen, Enrique Salinas no inició ahí su camino dentro del periodismo. Antes había dado a conocer sus textos con frecuencia en varias publicaciones, entre ellas Mi pueblo y, por supuesto, el suplemento Trópico de Cáncer. Enrique Salinas aparece en el primer número de éste y en muchos de los siguientes, durante mucho tiempo. Su participación en estas páginas fue tan valiosa como desinteresada, de ahí mi certeza de que el premio recién recibido, si bien fue gracias a la calidad del reportaje que presentó a concurso, de alguna manera creo que la vida ya se lo debía, merced a su trayectoria y a tantas colaboraciones en las que hace gala de su estilo desenfadado, un lenguaje culto milagrosamente desprovisto de rebuscamientos, y un agudo sentido del humor que, como flauta de Hammelin, ha reunido en torno suyo a un tropel de seguidores, entre los que me cuento, desde luego.
No contento con lo anterior, Salinas Enríquez se ha encargado de llevar adelante una sección cultural de indiscutible calidad, sin ínfulas de ninguna especie; al mismo tiempo, ha sabido llevar con sus colegas una relación que es todo, menos competencia. Las etiquetas desaparecen gracias a ese desenfado que fácilmente inspira para ser emulado: no somos El Sol en esta esquina ni Imagen en la de enfrente. Somos compañeros de trabajo, al fin y al cabo.
Enhorabuena para Enrique Salinas y para quienes con toda justicia han reconocido la calidad de su trabajo.