lunes, octubre 17, 2005

Eraclio Zepeda: un clásico contemporáneo


Kutzi Hernández Galván
Debo advertir que para la presentación del volumen que reúne los libros Benzulul y Asalto nocturno, he procurado irme con tiento, pues nos encontramos frente a la obra literaria, sí, pero también frente a su autor: Eraclio Zepeda, de cuyo trabajo como escritor podría referirme de forma exclusiva, mas no dejaría de ser para mí un ejercicio forzado. Admitámoslo: nos encontramos frente a un hombre polémico, que no ha pasado desapercibido ni en las letras nacionales ni en la vida política de nuestro país. Estamos frente al cuentista, el poeta, el intelectual, pero también frente al hombre al que le tocó ser mediador en Chiapas justo cuando los ojos de todo el país estaban puestos sobre el levantamiento zapatista, y no vamos a negarlo, esa tarea histórica que Zepeda decidió asumir con toda responsabilidad, le ha marcado con una suerte de estigma, a grado tal, que a raíz de dicha participación, voces aisladas han llegado a desconfiar de su calidad como literato; craso error a todas luces; una falacia más, en el país de las falacias, pues calificar el trabajo de un escritor ya consolidado a partir de su desempeño en otros ámbitos, es como tratar de medir la densidad de una nube con un cronómetro.
Hago el anterior comentario desde la postura de que no debemos enfrascar a la literatura en una burbuja de cristal, ajena al contexto social en que la misma tiene lugar. Sabemos ya que toda manifestación artística es producto de su momento histórico, y una muestra clara de lo que aquí menciono es, precisamente, la obra de Zepeda, un autor imprescindible en la literatura actual mexicana, que junto con Rosario Castellanos, Ricardo Pozas o Carlos Antonio Castro, forma parte de lo que Joseph Sommers dio en llamar “El ciclo de Chiapas”. Pero así como la obra de la misma Castellanos no se circunscribe únicamente a una serie de características que la identifican con esta corriente, o con “El grupo de los ocho”, de la misma manera, la obra de Eraclio Zepeda va más allá de esta clasificación, que corresponde a su producción narrativa más joven, y que encontramos en Benzulul, publicado en 1959, el cual constituye la primera mitad del presente volumen.
Desde luego que hablar de la obra de Zepeda es hablar de Chiapas, que a estas alturas ha dejado desde hace mucho tiempo de ser una entidad federativa de la República mexicana, para convertirse en un símbolo con sentidos múltiples e inagotables que dudo mucho, pueda resumir aquí, pero intentaría hacerlo rápidamente ubicando a Chiapas como una paradoja del México contemporáneo: una tierra que está literalmente inundada, de agua, de verdor y de vida, pero también de muerte y marginación. De muertos y de olvidados, a quienes la literatura y la tradición oral intentan rescatar a toda costa. La chiapaneca es tierra pródiga en poetas y narradores, rica en culturas, en costumbres y lenguas —que los lerdos indistintamente han dado en llamar dialectos, bajo la premisa no dicha de “nosotros tenemos lengua, y los indígenas, es decir, los otros, apenas llegan a dialecto”, palabra usada arbitrariamente como sinónimo de infra lengua y no como lo que es: una variante de una lengua determinada.
Pero como ya lo dije momentos antes, si bien Chiapas es un referente importante, yo diría que primordial, en la obra de Zepeda, ésta no se queda ahí. Asalto nocturno, libro que guarda una distancia de 16 años respecto a Benzulul, es una evidencia de que el autor ha levantado el vuelo respecto a sus raíces, y ahora explora otros lenguajes, otros temas, otros escenarios, otros personajes: una pareja de ancianos anglosajones que viven una crisis conyugal en China, los habitantes de tres pueblos costeros —o acaso se trate del mismo siempre—, que dan vida a los cuentos “Los trabajos de la ballena”, “Capitán Simpson” y “Gente bella”; Lidia Petrovna, una aristócrata rusa exiliada en Cuba, o un boleador de zapatos y un caballo de bronce que sostiene a la estatua de Carlos IV.
Un gran escultor —ahora no recuerdo si fue Rodin— dijo una vez algo así como que el arte, más que creación, era un acto de eliminación; él sostenía que adentro de cada pedazo de piedra se encuentra una figura y que el trabajo del artista consiste en quitar la piedra que sobra alrededor. El trabajo del escritor es similar: más que el lápiz, es la goma la que contornea imágenes, precisa secuencias narrativas: delinea historias. El escritor camina entre la muchedumbre —como un príncipe, diría María Zambrano—; en medio de edificios, gritos, automóviles, olores y silbidos obscenos, divisa al boleador de zapatos, divisa una estatua ecuestre en Avenida Reforma. A diferencia del resto de los transeúntes presurosos, también divisa esa sutil conexión entre ambos. Con pericia, va eliminando del momentáneo paisaje todos los elementos sobrantes y sintetizando en una imagen la belleza de una metáfora urbana: la cabeza erizada de un caballo, reflejada en los ojos de un bolero ebrio de la ciudad de México. Es así como abre el cuento “El caballito”, en el que constantemente queda en evidencia el oficio poético del autor, a veces en imágenes, a veces a través del manejo del lenguaje, y en otras más, por el ritmo poético que de pronto palpita en varios pasajes:
A estas horas, medio día, con el verano cayendo a bocanadas, ardiendo sobre las avenidas, sobre los cofres de los camiones, sobre los rieles del tranvía, México huele a aburrimiento, el ruido se pone de mal humor al medio día.

En un momento dado, tuve la impresión de que esta vena poética en el autor, era característica de su obra más posterior; sin embargo, hay también en el libro Benzulul, frecuentes asaltos de una poesía joven pero inequívoca: “Dejá los muertos en paz. Preocupáte de los vivos. Ése es el peligro. Los muertos viven. Los vivos matan. La noche es larga, dura. Hay frío. Hay dolor. Hay gritos. Cuando asoma la madrugada, siempre hay nuevos muertos”.
Esta oportunidad que Eraclio Zepeda nos pone enfrente para degustar cada cuento, cada párrafo, cada renglón, es precisamente lo que da sentido a la lectura como un acto recreativo.
Amén de la sensibilidad poética de Zepeda, hay en sus cuentos —casi todos, un sentido del humor que a veces se vuelve abiertamente satírico, como en “Gente bella”, y en otras, se desliza suavemente en las sutilezas del humor negro, como en “Benzulul” o “Capitán Simpson”.
Para concluir, me permito proponer un criterio de clasificación de las obras literarias, que cada quien puede aplicar a su libre albedrío y que en realidad no es nada nuevo: por un lado, están las obras prescindibles, que pueden ser resumidas en términos anecdóticos en las charlas de café o en las reseñas dominicales (y así ahorrarnos muchas horas de lectura), y los libros imprescindibles, aquellos que por su propuesta conceptual, o estética, resultan irreductibles si pensamos en la experiencia existencial que nos regalan. El volumen que esta noche presentamos, desde luego, entra indiscutiblemente en esta última categoría, y no por nada, Eraclio Zepeda es hoy un clásico contemporáneo de las letras mexicanas.
(Comentario leído durante la presentación del volumen que reúne a Benzulul y Asalto nocturno, Feria del Libro, Zacatecas, Ex Templo de San Agustín, 12 de octubre de 2005)