lunes, febrero 06, 2006

Mujer y arte

Mujer y Arte: Una reflexión
Kutzi Hernández Galván

1. La mujer como objeto artístico
En las últimas décadas, ha aumentado el magro número de estudios que buscan identificar cuáles son los conceptos y las obsesiones femeninas en el arte. Lo anterior significa forzosamente hacer un trabajo de diferenciación respecto a los conceptos y las obsesiones masculinas que forman parte de la cultura de los pueblos. En lo particular, me atrevo a considerar este ejercicio un tanto peligroso, ya que es como promover una especie de divorcio y por consiguiente, una especie de repartición de los bienes acumulados: este concepto es tuyo, este es mío, estas ideas son masculinas, estas son femeninas.
Tratándose de un fenómeno intangible como lo es la cultura, el arte —si bien ambos tienen su lado tangible—, el asunto se vuelve francamente enredoso y es aquí donde me pregunto en qué medida es fértil o provechoso este ejercicio, considerando que no se trata de dividir o de promover este virtual divorcio entre géneros, sino de delinear con mayor nitidez una identidad que se ha quedado atrás como protagonista de la cultura.
Uno de los objetivos de este tipo de encuentros, finalmente, es visibilizar a la mujer en el campo de las artes como creadora y no como tradicionalmente ha sido enfatizado su papel, es decir, como modelo, como un objeto pasivo, como musa, como tema de inspiración, o como un pretexto más para que el hombre se ensimisme en un monólogo que termina diciendo más sobre él que sobre ella, como ha sucedido en infinidad de obras artísticas. Y es que cuando se habla sobre “el eterno femenino”, yo sólo veo una retahíla de conceptos y divagaciones en torno a una idealización de la mujer, pero no veo a la mujer, ni como autora de tales reflexiones, ni como un personaje mínimamente verosímil, o por lo menos, claramente definido.
El primer problema consiste en que quienes han emprendido esta tarea, lo han hecho bajo la idea de que las culturas desarrolladas en el mundo son fundamentalmente androcéntricas, y que por lo tanto, la mujer ha sido básicamente marginada de las manifestaciones artísticas.
Si ustedes me lo permiten, quiero comentar que a mí en lo particular no me parece que la mujer sea un ente invisible o ausente del arte. Muy por el contrario, ha estado presente en las expresiones artísticas de todas las épocas, desde las representaciones de su cuerpo como motivo, hasta las interpretaciones y metáforas muy diversas sobre la mujer como objeto ya de deseo, ya de aversión, ya de amor, ya de odio, ya de moralización, ya de miedo y toda una infinidad de reacciones que la mujer ha inspirado a lo largo de la historia de la humanidad. Calificada como la puerta del infierno, comparada con el diablo mismo, elevada a un nicho junto a los ángeles, idealizada, castigada y todo lo que acabe en “ada”, porque históricamente ha jugado un papel preponderantemente pasivo, la mujer ha visto reflejada en el arte una identidad que no es la suya, sino que es más bien una imagen construida por un imaginario colectivo en que el pincel, la pluma, la gubia o el pentagrama, han sido manipulados casi siempre por manos viriles, a tal grado, que se ha identificado plenamente un discurso hegemónico en el arte, es decir, el masculino, frente al discurso marginal femenino.
Resulta interesante, por ejemplo, la figura de Dulcinea del Toboso, como metáfora de lo que ha sido la mujer en el arte: un personaje que no aparece como sujeto activo, ni como protagonista central de la historia, sino que está ahí como un concepto, un motivo de inspiración que motiva al caballero de la triste figura en sus andanzas. A pesar de que sea causa de desconcierto para la crítica literaria por ser un personaje que nunca aparece en la novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, no se le puede negar a Dulcinea su importancia fundamental en la obra. Otro personaje con que ahora se me antoja comparar la presencia femenina en el arte, es Moby Dick, la ballena blanca de Herman Melville, por acercarse más al mito que a la realidad, porque ser involuntario objeto de persecución de una tripulación dirigida por un Ahab obsesionado con el cetáceo, y que muere a su lado, sin que el lector pudiera resolver al final quién fue el cazador y quién la presa.

2. La mujer como creadora
Respecto a las autoras más descollantes a lo largo de la historia, éstas han tenido que recorrer el solitario y no pocas veces tormentoso camino del artista. Sor Juana Inés de la Cruz, Emily Brönte, Simone de Beauvoir, Virginia Wolfe, Teresa de Jesús, Rosario Castellanos, Frida Kahlo, Remedios Varo, Mary Shelley, Elena Garro, tantas y tantas mujeres que en su momento se han enfrentado a un mundo en el que los referentes, los discursos, los intereses, el ambiente, los espacios de discusión, las oportunidades de desarrollo, están trazados como para el natural tránsito de los hombres.

3. Del arte como actividad
José Luis Martínez, en su libro Literatura mexicana, siglo XX, dedicaba un pequeño capítulo a la literatura femenina, en el cual admite que la educación tradicional ha sido un obstáculo importante en la manifestación del talento literario femenino. Sin embargo, considero que juzga con demasiada dureza a las mujeres dedicadas a labores intelectuales, al generalizarlas en dos grupos: las “señoritas de edad, muy sabias, muy eficaces educadoras, obstinadamente feministas”, y “cierto tipo de mujeres empeñadas en llamarse poetisas, pero más libertinas que poetisas, y cuyo abandono de sus tareas tradicionales [1] no ha sido justificado por una educación…” [2]
Martínez le da la razón a Virgina Wolfe en cuanto a la desigualdad de condiciones en las que se desarrolla un hombre y una mujer en el arte. Ustedes recordarán a este personaje ideado por Wolfe, Judith Shakespeare,[3] la hermana imaginaria de William ideada por Virginia, y tan dotada de talento como él, pero que ante las pocas oportunidades de superación que ofrecía su época, no desarrolla sus inquietudes literarias y termina suicidándose.
Aún considerando lo anterior, José Luis Martínez es duro al hablar sobre las mujeres poetas del siglo XIX y anteriores:
Me inclino a suponer que no ha sido otra la causa sino la misma disposición con que se entregaban al cultivo literario. Durante el siglo XIX las “señoritas mexicanas”, como las llamaba el impresor Cumplido, consideraban las letras como uno más de esos adornos, de esas ocupaciones honestas convenientes a la virtud femenina, tanto como el piano, la costura o la cocina. Y era natural, entonces que ejercieran las letras con esa misma boba inocuidad de los bordados y como un gracioso juego de sociedad que nada comprometía ni trastornaba en su alma. [4]

Ciertamente, salvo honrosas excepciones, si las mujeres tenían algún tipo de formación artística, era precisamente para sumar una virtud más entre el repertorio de monerías de que era capaz una mujer casadera.
Vemos que obviamente, Martínez mira este fenómeno con los ojos de su propia época, en que las oportunidades formativas y laborales para las mujeres se habían multiplicado respecto al siglo anterior. Otro problema que distingo aquí, es que el crítico cae en un intento comparatista de las mujeres mexicanas del siglo XIX con sus contemporáneas de Inglaterra, como si ambas se desenvolvieran en los mismos contextos culturales y sociales, y sin tomar en cuenta que la emancipación femenina en Latinoamérica llegó mucho después que en Europa o Estados Unidos.
¡Qué desventuradamente lejanas de aquella pasión, aquella espléndida tormenta, aquella lucha con la soledad y los fantasmas, aquel demonio oscuro e implacable que arrebataban los corazones de las escritoras inglesas del mismo periodo, especialmente Emily Brontë, y que llevaron su obra a la altura de la de los mayores espíritus del siglo! [5]
He retomado estas reflexiones de José Luis Martínez porque, por un lado, no dudo que constituyen un intento muy serio de análisis, si bien limitado por no tomar en cuenta las diferencias que acabo de señalar. El tema de las mujeres en el arte se presta a interpretaciones de este tipo, por un lado, y a apasionamientos feministas a ultranza, por el otro, algunos de los cuales intentan poner a los hombres en el banquillo de los acusados. No olvidemos que el arte es una construcción social y cultural, un producto colectivo que responde a valores y cánones de su tiempo, es producto del desarrollo social, cultural, económico de las sociedades, las cuales no siempre avanzan al parejo, ni llevan un ritmo constante, sino que hay retrocesos, pausas, crisis.

Notas:

[1] El subrayado es mío.
[2] Op. cit. pág. 337.
[3] Personaje imaginario. Según Wolfe, podría ser la hermana de William Shakespeare, tan dotada de talento como él, pero ante las pocas oportunidades de superación que ofrecía su época, no desarrolla sus inquietudes literarias y termina suicidándose (Cfr. Martínez, Literatura mexicana, siglo XX, pp. 336-337.
[4] Martínez, José Luis, Literatura mexicana, siglo XX, pág. 339.
[5] Ibíd.

2 Comments:

At 4:29 a.m., Anonymous Anónimo said...

Buen texto, podría ampliarse, desdoblarse... el tema es siempre rico. ¿Podría hacerse una lista internacional? George Sand, Mary Shelley, las Brönte, Pizarnik, Peri Rossi, Camille Claudel...de acá: Antonieta Rivas Mercado, empieza una lista...

 
At 2:53 p.m., Blogger Kutzi Montserrat said...

Gracias por tu comentario. Ciertamente, el texto es apenas una aproximación al tema.No nos gustan mucho las listas largas porque luego se vuelve una sucesión vacua de nombres y más nombres, como en una suerte de cuadro de honor, aunque ciertamente constituye un reconocimiento. En fin, es un albur.

 

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