miércoles, marzo 29, 2006

El ocaso de los intelectuales

Kutzi Hernández Galván


En un lejano lugar
retacado de nopales
había unos tipos extraños
llamados intelectuales.

Se la pasaban leyendo
para ser sabios y doctos
pues no querían seguir siendo
vulgares tipos autóctonos…


Rockdrigo González.

0.
Si un día se hiciera un análisis profundo sobre los personajes típicos de las sociedades occidentales modernas –cosa que no haré aquí–, por supuesto que aparecería en el inventario una figura a la que usualmente se le confieren características de singularidad, pese a haberse convertido ya en un estereotipo. Me refiero al intelectual, cuya imagen ha sido representada a partir de rasgos tan claros, que incluso puede afirmarse que junto al político, el militar o el cura, el intelectual es uno de los personajes históricos más definidos en la mente colectiva. Independientemente de que esta imagen concuerde con la realidad, lo cierto es que los intelectuales, como conjunto social, se han visto no sólo recreados, sino caricaturizados a través de manifestaciones diversas, entre ellas la literatura, la tradición oral, los medios masivos de comunicación, por mencionar algunas. De lo anterior puede deducirse que la sociedad no ha sido indiferente al influjo de estos personajes, cualquiera que haya sido su alcance.
Sobre los intelectuales se puede hablar largamente, ya que representan un sector relevante dentro de la sociedad, pues su aportación se traduce en el desarrollo del patrimonio cultural, las más de las veces intangible, mismo que constituye un parámetro fundamental para calibrar el grado de evolución de un pueblo determinado. Por otro lado, es un hecho que a lo largo de la historia, los intelectuales han tenido injerencia en el ámbito político, de manera que desde hace siglos hasta la fecha, su punto de vista ha sido tomado en cuenta para la toma de decisiones de quienes dirigen los destinos de pueblos y naciones.
En el presente ensayo me referiré básicamente a la imagen que el intelectual proyecta como personaje social, con el objeto –acaso malsano– de identificar los fundamentos a partir de los cuales dicha imagen tiene lugar, así como las consecuencias de dicha proyección en las relaciones que el sector intelectual guarda con su entorno y concretamente con el poder político, en el caso de Zacatecas. Una vez definido lo anterior, me tomaré el atrevimiento de formular y al mismo tiempo tratar de responder a una pregunta que considero fundamental: el papel que el intelectual desempeña en la sociedad zacatecana, ¿ha trascendido más allá de ser una mera imagen?

1.
Debo advertir que al hablar de los intelectuales me refiero a aquellas personas dedicadas principalmente a las actividades relacionadas con el cultivo de las artes y las ciencias, concepto que incluye a filósofos, escritores, artistas, científicos. Pero considero pertinente ir más allá, pues si nos apegamos al significado que la real academia española confiere al trabajo intelectual, es decir, como una actividad relacionada con el entendimiento, encontraríamos que los educadores en todos los niveles realizan un trabajo eminentemente intelectual. Lo mismo ocurriría con investigadores, periodistas, juristas, politólogos y demás personas especializadas en labores que básicamente tienen que ver con el análisis, reflexión, interpretación y transmisión del conocimiento. Ya Umberto Eco se refirió a la dificultad para definir quiénes son los intelectuales:

Es sabido que los intelectuales, en cuanto categoría, son un concepto muy vago. En cambio, se puede precisar mejor qué es la función intelectual. Consiste en determinar de manera crítica lo que se considera una aproximación satisfactoria al concepto de verdad. El trabajo intelectual es, por ende, analítico y crítico. Frente a un hecho social (para limitarnos a un campo), el intelectual analiza la evidencia, buscando lo que es ambiguo y revela (pone al descubierto, denuncia) lo que no es evidente".(1)

Con todo, cabe señalar que no ha sido fácil que se reconozca el papel intelectual que han desempeñado los especialistas que acabo de mencionar, pues a diferencia del artista, el filósofo o el científico, que básicamente son generadores de ideas, productos estéticos o conocimientos nuevos, mientras que un maestro o un investigador basa su trabajo sobre lo ya existente, es decir, a partir de lo hecho por el ingenio creativo. Lo anterior significa que el trabajo reflexivo y de difusión es tan importante como el trabajo creativo, ya que la existencia de ambos incide en el enriquecimiento del patrimonio cultural de una comunidad. Por tal motivo, es que en este ensayo llamaremos intelectuales no sólo a humanistas, escritores, artistas o científicos, sino también a docentes, juristas y demás personas cuya principal actividad se ocupa en las funciones ya descritas.

2.
En el presente apartado me acercaré a la imagen que a lo largo de la historia se ha ido construyendo en la cultura de Occidente en torno al intelectual. La aparición de estos personajes es una manifestación de la época moderna, ya que durante el Medioevo, únicamente el clero tenía acceso al conocimiento. Hay que citar que siglos atrás, en la época clásica de Grecia e Italia, los poetas y filósofos gozaban de un sitio privilegiado en la jerarquía social, y la imagen que proyectaban era de respeto, a partir de que cumplían una función socialmente definida. Los antiguos emperadores se hacían aconsejar por filósofos, como es el caso de Alejandro Magno, cuyo maestro, Aristóteles, influyó notablemente en la formación del rey de Macedonia.
A partir de la época renacentista surgieron abogados, maestros, artistas y demás profesionales que tuvieron un acercamiento a las ciencias, las letras y las artes, lo cual les permitió participar directa o indirectamente en el desenvolvimiento de la cultura. De esta temprana etapa del desarrollo de lo que ahora podemos definir como clase intelectual, han quedado registradas diversas alusiones a estos personajes, en las que ya comienza a dibujarse la personalidad un poco extravagante con la que aún hoy se les tipifica a los intelectuales. Como mencioné en el apartado anterior, en muchos casos se ha llegado al extremo de resaltar sus rasgos al extremo de la caricatura; este fenómeno ha sido notorio sobre todo en la literatura. El ejemplo más famoso es sin duda el licenciado Vidriera, que de tanto leer y leer libros, terminó volviéndose loco, al grado de tomar la identidad de un audaz caballero en busca de aventuras. Desde entonces, y de manera irremediable, la imagen del intelectual quedaría marcada por cierta excentricidad, no pocas veces proclive la locura, por proyectar frecuentemente la sensación de vivir en un mundo alejado a la realidad tangible.
Con el movimiento de Ilustración se destaca el papel social del intelectual como generador y promotor del saber científico, a partir de las tendencias metodistas que se desarrollaron durante esta época. Sin embargo, fue el movimiento romántico el que promovió una idea diametralmente opuesta a la del movimiento de Ilustración en torno al intelectual, al mostrar a éste como un personaje inmerso totalmente en su mundo de ideas y de libros, desentendido de las frivolidades mundanas y desprovisto de una visión pragmática de la vida. Esta idea romántica que concretamente se tenía sobre el artista, el filósofo o el escritor, tuvo gran peso en la concepción popular sobre los humanistas en general, al grado de que aún hoy, ciertas alas de la sociedad encuentren natural que la comunidad intelectual permanezca auto-marginada de los movimientos sociales y políticos, cuando se da el caso. Incluso, algunos historiadores y críticos así han caracterizado la personalidad del humanista, y un ejemplo nos lo da Samuel Ramos, quien dice que la
incapacidad práctica del artista es el reverso de su innato desinterés, en virtud del cual es posible la visión estética de las cosas o, en suma, ser artista parece, pues, una fatalidad inherente a su naturaleza, esa carencia de sentido utilitario que lo condena a marchar por la vida real como sonámbulo, como un hombre “que está en las nubes” o como un niño al que hay que proteger. (2)

Esta visión sobre el artista fue haciéndose extensiva al resto de la comunidad intelectual, la cual, paradójicamente, en ocasiones ha sido tratada como una caterva de débiles mentales a los cuales hay que exonerar en clara actitud paternalista, respecto a su compromiso con la sociedad.

3.
¿Qué tanto ha contribuido la comunidad intelectual en la formación de esta imagen? En honor a la verdad, creo que muchos intelectuales se han involucrado de tal manera con su papel social, que han dado sus ideas, su libertad y no pocas veces hasta su vida, con tal de mantener una congruencia entre sus convicciones y la función que dentro de la sociedad decidieron asumir en su momento. Artistas exiliados, maestros perseguidos, periodistas muertos, investigadores censurados, los hay por miles en la historia de todos los países. Afortunadamente, la historia de Zacatecas no registra casos conocidos que hayan llegado a estos extremos.
En contraparte, los hay que, arrellanados cómodamente en una especie de cápsula de cristal, escudados en las trincheras que dejó tras de sí el vanguardismo y su lema de “el arte por el arte”, parecieran evitar a toda costa el contacto con su entorno social y político inmediato, por considerarlo poco trascendental, comparado con su misión de desentrañar la esencia de los misterios de la existencia. Ramos afirma que en el artista hay
una tendencia a separarse del vulgo y la muchedumbre, originada en su sentido de lo bello que es gusto por lo selecto y distinguido. En lo más profundo de su ser tiene que sentirse en desacuerdo con el hombre-masa por su falta de comprensión de lo bello y la consecuente desestimación del arte. Es, pues, natural que los artistas tiendan a formar élites dentro de la vida social…(3)


Obviamente, esta postura en la actualidad es totalmente obsoleta, pues aunque sobrevivan grupos que se manejen bajo esta mentalidad, ésta no corresponde a la generalidad de intelectuales. Sin embargo, pese a las tendencias transvanguardistas dentro del arte, mismas que enarbolan el regreso hacia un sentido social en el producto estético, aún es fuerte la influencia de la corriente anterior.
Con todo, ¿acaso Zacatecas no cuenta con su respectiva sucursal de la élite? ¿no existen grupos que, cerrados en sí mismos, parecieran resucitar al monstruo de las múltiples cabezas contra el que el mítico Hércules tuviera que pelear alguna vez? Por supuesto que sí, y aunque pequeños, la falta de alternativas en Zacatecas y la brevedad de nuestra urbe los vuelve notorios en su “narcisismo colectivo”, en el que el lema nunca dicho, mas siempre acatado, es: “nos juntamos porque nos parecemos, porque estamos directamente sensibilizados por los mismos objetivos existenciales”, (4) con el que Lipovetsky describiría a un grupo de autoayuda. El riesgo de la existencia de tales núcleos reside en que con el paso del tiempo se vuelven cada vez más sofisticados en cuanto a sus estructuras, de modo que, tarde o temprano, se tienden redes de poder cuya naturaleza es más bien oscura. Ya Enrique Serna dedicó una novela al tema de las mafias contemporáneas. (5) Antes, René Avilés hizo lo propio en Los juegos, por mencionar algunos.

4.
Sin embargo, pese a que ha habido una creciente tendencia a involucrarse en la búsqueda de soluciones a los problemas culturales, políticos y sociales que se presentan a la comunidad zacatecana, lo cierto es que el comportamiento de una gran parte de intelectuales pareciera ser el de un termómetro demasiado sensible al clima que se presenta, de manera que la crisis generalizada ha dado lugar a un comportamiento que responde al desencanto consecuente. Benedetti refiere esto como una embriaguez de pesimismo:


…si en más de un ciudadano común ese estado de ánimo puede traducirse en escepticismo, indiferencia, insolidaridad, frívola asunción de la vida, en el intelectual esa crisis es más grave, tal vez porque su cometido es en buena parte la elaboración y transmisión de ideas; por eso no puede menos que asombrarse cuando el mundo se las devuelve sin aquiescencia, sin negación y sin remiendos, o sea virtualmente sin uso. (6)

Definitivamente, esta situación prevalece de manera generalizada no sólo en nuestro país ni en Latinoamérica, sino como una racha que en el mundo entero se ha dejado sentir:

La despolitización y la desindicalización adquieren proporciones jamás alcanzadas, la esperanza revolucionaria y la protesta estudiantil han desaparecido, se agota la contra-cultura, raras son las causas capaces de galvanizar a largo término las energías. La res publica está desvitalizada, las grandes cuestiones “filosóficas”, económicas, políticas o militares despiertan poco a poco la misma curiosidad desenfadada que cualquier suceso”. (7)

5.
Ante ello, no encuentro otra cosa que el pesimismo como causa para explicar la tibieza con la que la comunidad intelectual zacatecana se ha manifestado respecto a su contexto socio-político inmediato. Si bien se han registrado participaciones de artistas, investigadores, docentes o filósofos en foros abiertos de consulta y diagnóstico sobre el particular, hay que señalar que tales apariciones han sido más bien ocasionales, sin continuidad, cosa que hace pensar que no hay en ellos mismos muchas esperanzas en cuanto a la utilidad de sus aportaciones a su comunidad. Como consecuencia, la apatía se adueña del escenario, “todo se desliza en una indiferencia relajada”.(8) Por otro lado, las participaciones de artistas connotados en eventos políticos han despertado cuestionamientos en cuanto a su verdadera aportación: ¿es realmente tomada en cuenta la opinión del intelectual, por parte del político? Y aunque tales elucubraciones pudieran parecer demasiado recelosas, lo cierto es que no ignoramos que en la historia de México y de la mayoría de los países del mundo, los políticos se han servido de los intelectuales para sumar puntos a su prestigio, cubrir de oropel sus plataformas electorales, proyectar una falsa imagen de seriedad, sensibilidad humanista y conciencia crítica. En contraparte, han sido pocos los intelectuales que se han resistido a ser parte del juego y, engolosinados por los dulces néctares emanados del poder, han accedido mansamente a producir obras condescendientes con el sistema, a despojarse de toda actitud crítica de fondo y ser utilizados en calidad de esplendoroso mueble en los eventos públicos.
Tras el desencanto, pareciera cada vez más creciente el número de personas que vislumbran el ocaso de la “especie” intelectual. Por un lado, la percepción consiste en que los humanistas comienzan a extinguirse, o bien, se vuelcan en los medios masivos de comunicación, bajo el peligro de que los reflectores diluyan toda profundidad de contenidos; la disyuntiva es clara: el intelectual
…o bien agoniza o bien se transformó en un mero comentarista mediático. El antiguo tipo de intelectual ha sido absorbido por la profesionalización académica. Y aquellos que se resisten a la academia parecen volverse menos intelectuales a medida que se vuelven más públicos”. (9)

según se desprende de los comentarios vertidos durante un foro organizado por la revista estadounidense The Nation, en torno al futuro del intelectual público.

6.
Los principios de un desenvolvimiento intelectual crítico y libre de cualquier influencia que pudiera desvirtuar su papel como impulsor en la búsqueda de nuevos horizontes para Zacatecas, son claros para todos en lo que respecta a la teoría. Sin embargo, pareciera que en la práctica, su ejercicio cada vez se oculta más o no aparece con suficiente brillo ante la luz pública. ¿Qué está pasando? ¿Acaso el trabajo de años de muchos universitarios, humanistas, escritores, artistas se está viendo opacado? ¿Por qué no ha trascendido con la fuerza que se requiere para el estímulo de la evolución cultural en nuestro estado? Descarto inmediatamente la falta de calidad como respuesta, pues sería caer en la mentira.
Pareciera que la inercia, el desencanto y la apatía son más fuertes. Se conoce poco la obra de los intelectuales: se lee poco; no se visitan los museos. Por lo menos, no por parte de los zacatecanos. Ante este desinterés, el humanista no puede darse el lujo de caer en el error que caracterizó al siglo XX. No más parapetos en el arte y la cultura de élite para contrarrestar los rigores de una frialdad por parte de una sociedad que no ha sido educada para comprender los esfuerzos de una vocación humanista. Una reacción contraria sería más saludable. Una participación activa de la comunidad artística en la promoción formativa de la sociedad, podría –y de hecho debería– ser la alternativa que brinde luz ante este ocaso que cada vez se presenta –paradójicamente– con mayor claridad.

Notas:
(1) Cit. en “¿Tienen futuro los intelectuales?” El Clarin, htt://ar.clarin.com/diario/2001-02-09/o-02203.htm
(2) Filosofía de la vida artística, Ed. Espasa Calpe, Colección Austral 979, México, 1994.
(3) Ramos, pág. 62.
(4) Lipovetsky, Gilles, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Ed. Anagrama, Barcelona, 1998. Pág. 14.
(5) Cfr. El miedo a los animales. Ed. Joaquín Mortiz, México, 1995.
(6) Benedetti, Mario, La cultura, ese blanco móvil, Editorial Patria, México, 1989. Pág. 148.
(7) Lipovetsky, Gilles, op. Cit., pp. 50-51.
(8) Íd. pág. 13.
(9) Fernández Vega, José, “La globalización prefiere intelectuales reaccionarios”, en El Clarín, página informativa de internet, htt://ar.clarin.com/suplementos/cultura/2001-02-25u-00203.htm

Fuentes
Bibliografía:
- Benedetti, Mario, La cultura, ese blanco móvil, Editorial Patria, México, 1989.
- Lipovetsky, Gilles, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Ed. Anagrama, Barcelona, 1998.
- Ramos, Samuel, Filosofía de la vida artística, Ed. Espasa Calpe, Colección Austral 979, México, 1994.
- Serna, Enrique, El miedo a los animales. Ed. Joaquín Mortiz, México, 1995.

Cibergrafía:
- “¿Tienen futuro los intelectuales?” El Clarin, htt://ar.clarin.com/diario/2001-02-09/o-02203.htm
- Fernández Vega, José, “La globalización prefiere intelectuales reaccionarios”, en El Clarín, página web, htt://ar.clarin.com/suplementos/cultura/2001-02-25u-00203.htm