martes, agosto 23, 2005

En defensa del patrimonio cultural intangible

En defensa del patrimonio cultural intangible de la nación
o propuesta de gravamen a las actividades de lavado de cerebro

Kutzi Hernández Galván

Para todos resulta natural el que se sancione a quienes atentan contra especies biológicas en extinción. Nos resulta igualmente familiar el castigo contra quienes incurren en el delito de robo, daño o destrucción de piezas artísticas, arquitectónicas o históricas que son parte de nuestro patrimonio cultural tangible. Sin embargo, el daño que se le inflige al patrimonio cultural intangible de la nación parece no merecer castigo alguno. Esto se debe, quizá, a los intereses económicos en juego, por un lado, y/o a que ni siquiera en su conceptualización se ha prestado la suficiente atención, por lo menos en el plano legislativo, al tema del patrimonio cultural intangible, que abarca todo lo que es tradición oral, memoria colectiva, historia, costumbres, ideologías, cosmovisiones y demás aspectos, algunos tan sutiles, que se escapan a este somero repaso.
El patrimonio cultural intangible de los mexicanos está sufriendo un grave deterioro y corre un serio peligro de extinción ante el asedio de los consorcios dedicados la industria del espectáculo, la televisión, las cadenas comerciales y demás organismos que se han encargado de monopolizar la atención y el tiempo de ocio, así como de modificar notablemente las costumbres, el lenguaje, la mentalidad, la memoria colectiva de millones de mexicanos en nuestro país.
Sin ir al extremo de solicitar que se les castigue a los responsables de tal perjuicio —y provocar con ello la censura de un gobierno que se ha mostrado complaciente ante dicho fenómeno y tantos más que atentan contra el bienestar de México—, quiero preguntar: ¿por qué no se les cobra un impuesto especial a las grandes empresas que se enriquecen a costa del debilitamiento de nuestra cultura? ¿No hay manera de gravar todos aquellos procesos, todas las acciones por medio de las cuales, empresas transnacionales y mexicanas han promovido la aculturación de los ciudadanos mexicanos?
Ineludiblemente, hablar de cultura es hablar de soberanía, y yo sólo pido que cuando se discuta y se legisle sobre el tema, más que hablar de cultura, debemos hablar de nuestra cultura, aquella que nos hace ser mexicanos, pese a que los medios masivos de comunicación insistan en que la cultura nacional consiste en tomar cerveza y coca cola, ser espectadores pasivos del deporte, regido todo esto bajo las premisas de una sociedad dedicada primordialmente al consumo. Pido a los legisladores que cuando discutan las iniciativas de ley sobre la materia, recuerden cuál fue el tesoro nacional que Benito Juárez resguardó celosamente, al grado de llevarlo consigo mientras cruzaba el país rumbo al norte. Se trataba ni más ni menos que del Archivo General de la Nación, una de las raíces más importantes de nuestra cultura.
Ya que nuestro país está a merced de la debilidad de su gobierno ante los intereses extranjeros, nosotros, los ciudadanos, debemos hacer frente a tal lenidad.
El problema no se limita a hechos como el que los niños de la actualidad ya no jueguen con baleros, ni con trompos, o que los juguetes mexicanos son más vistos en museos y exposiciones que entre los tiliches infantiles. Basta mirar al resto de las manifestaciones culturales para darnos cuenta que cada vez son más marginales. Las gastronomías regionales, las costumbres que nos dan identidad, la medicina tradicional, las leyendas y los mitos, la oferta bibliográfica y mil expresiones culturales más, están perdiendo terreno ante fenómenos de índole comercial. Y esto ocurre no porque exista o no exista una ley general sobre cultura, porque el asunto me parece aún menos simple que eso, más complejo aún que mi capacidad para resumirlo en este apunte. Entre otras cosas, este fenómeno de desnutrición cultural es propiciado por una falta de visión holística en las políticas públicas que se ejercen en otras áreas, como son la economía, la industria, el fisco, el comercio, la educación, la diplomacia y tantos otros temas.
Es tan desesperanzador como inevitable pensar que no sólo las políticas públicas, sino los funcionarios que las echan a andar, los legisladores mismos que las diseñan, son producto, precisamente, del desarrollo cultural de nuestro país. La visión parcelaria la ejerce tanto un maestro de primaria como un jefe de gobierno. Una ley no resuelve esta falta de conciencia, y mucho menos puede regular a la cultura. Lo único que puede hacer, y eso, en el caso hipotético de que dicha ley sea aplicada, es propiciar una serie de procesos que a la larga permitan que las instituciones públicas se involucren en ese proceso a través del cual un individuo, una familia o una comunidad tomen conciencia de las alternativas de pensamiento, de expresión, de recreación, de estilos de vida, de ideología, de disfrute y de cuantas sendas recorren todo eso a lo que llamamos cultura. Con lo anterior me estoy refiriendo a la situación ideal de que un mexicano común base sus preferencias en una visión mucho más amplia que la que actualmente le ofrece el monopolio de los circuitos comerciales y de la industria del ocio.
De entrada, una acción concreta que propongo para su reflexión, consiste básicamente en que toda maniobra, estrategia propagandística, publicitaria o comercial cuyo impacto en la comunidad sea determinante en la modificación de sus costumbres, sus tradiciones, su lenguaje, su manera de expresarse, sus hábitos de lectura, su gastronomía; en síntesis, su cultura y más específicamente su patrimonio cultural intangible, a cambio sea compensada con una especie de indemnización, una cuota, un pago, por así decirlo, ya que no sólo se está sacando provecho económico, sino que se está incidiendo de manera importante en la formación de nuestros niños y jóvenes desde hace décadas. Por cada treinta minutos diarios de Big Brother, La Escuelita, monólogos de Adal Ramones y demás contenidos estupidizantes, Televisa debería estar obligado a ofrecer por lo menos diez minutos diarios de difusión cultural. Por cada cien mil ejemplares de TVyNovelas, sus hacedores deberían estar obligados a editar mil ejemplares o más de una obra literaria; por cada millón de refrescos o hamburguesas MacDonald`s y demás alimentos extranjeros —y por si fuera poco, chatarra—, las empresas que los venden deberían poner un museo, becar a artistas, sufragar proyectos culturales.
Y no hablo de que los antecitados empresarios paguen sus impuestos corrientes a través del apoyo a la cultura, no. Hablo de un impuesto extra por concepto de “recuperación de la cultura” o algo así, que considero justo exigir no con la mansedumbre que ha caracterizado al gobierno en los últimos años, sino con la firmeza de un pueblo que todavía, por lo menos hasta hoy, no ha desterrado de su léxico la palabra “soberanía”. Que nos devuelvan por lo menos un poco de la cultura que nos han estado tracaleando en todos estos años. Y si es de manera retroactiva, tanto mejor.