miércoles, septiembre 14, 2005

El Doctor Muerte

Jack Kevorkian: el derecho a bien morir... televisadamente

Enrique Montañez


Una noche de noviembre de 1988 el programa 60 minutes, transmitido por la cadena televisiva CBS, le asestó a sus televidentes en cadena nacional las imágenes del momento en que Thomas Youk, de 52 años y enfermo terminal de esclerosis lateral amitrófica, recibía por vía intravenosa un coctel de drogas letales. La grabación del suicidio se había hecho el 17 de septiembre del mismo año. 365 días después, Jack Kevorkian fue sentenciado a cadena perpetua por suministrarle la inyección a Youk, quien era paciente suyo. El video de la muerte asistida, filmado por el Doctor Muerte (así apodado Kevorkian por la prensa sensacionalista de los Estados Unidos) fue un duro golpe al voluble puritanismo norteamericano. La enfurecida moralina de los grupos más recalcitrantes de la sociedad gringa, esa que ni se inmuta cuando condenan a morir freídos en la silla eléctrica o envenenados en la cámara de gas a latinos o negros que atestan las cárceles estatales, no dudó en satanizar a Kevorkian.
Ya una vez en proceso judicial por haber ayudado a morir a Youk, el galeno de origen armenio confesó haber practicado la muerte asistida en más de 130 ocasiones; la cruzada kevorkiana en favor de la eutanasia había comenzado desde 1990. Años atrás, el Doctor Muerte ya había sido juzgado en cuatro ocasiones por los mismos motivos: logró tres absoluciones y uno de los juicios fue declarado nulo. La siguiente pregunta, entonces, es ineludible: ¿De no haber involucrado a los medios de comunicación, el doctor Kevorkian hubiera proseguido con su labor médica? Una vez más, la televisión fungió como el detonador para que se pusiera en marcha la maquinaria legal que debe siempre velar por la seguridad de la población norteamericana indispensable, es decir, la clase pudiente anglosajona.
La propia juez Jessica Cooper, quien llevó el juicio de Kevorkian, exhibió la doble moral que priva en Estados Unidos. Afirmó que la sentencia dictada al Doctor Muerte no tenía que ver con la “corrección moral o política de la eutanasia”, sino con la falta de respeto del médico al poder judicial. Es decir, se le acusaba por haber desafiado públicamente al Supremo Poder Judicial Norteamericano y no por haberle proporcionado la muerte a los pacientes que la solicitaban, todos ellos en estado terminal. Las formas, pese a todo, siempre deben guardarse.
Jack Kevorkian intentó defenderse aduciendo que el ayudar a morir a otros es un trabajo válido y que su deber como médico lo obliga a hacerlo; además, denunció que el sistema judicial “ignora despiadadamente la realidad de los enfermos terminales”. También argumentó que para que exista un crimen debe haber una voluntad malvada y que él nunca actuó de esa manera; incluso la viuda de Thomas Youk salió en defensa de Kevorkian y explicó en su testimonio que su esposo “no fue una víctima. Le pidió ayuda al doctor y le estaba agradecido. No quería estar en un pulmotor, ni depender completamente de otros con un cuerpo totalmente paralizado”.
Los detractores y celosos de Kevorkian afirmaron que el deseo de difundir mediáticamente una de sus muertes asistidas, estaba más allá de querer desafiar al sistema judicial y demostrarle al mundo entero que no había nada de criminal en terminar con el dolor y el sufrimiento de un ser humano cuando éste lo desea. Aseguraron que detrás de ese acto estaban los aberrantes impulsos egocéntricos de Kevorkian y que lo único que buscaba era el éxito publicitario de su persona. Además, lo acusaron de que, lejos de ayudar a la causa por la legalización mundial de la eutanasia, complicaba más el progreso de la lucha.
Religiosos ultraconservadores se han dedicado a sacar a la luz pública por todos los medios posibles la historia oculta de Jack Kevorkian. Aseguran que es un melancólico del holocausto nazi “porque jamás podrán volver a hacerse experimentos con seres humanos”, comentario que le atribuyen a Kevorkian. Escarban en su pasado, como médico recién entrado en funciones en el hospital de Pontiac, Michigan, donde según “hacía rondas especiales en busca de pacientes moribundos para mantenerles los párpados abiertos con cinta adhesiva y fotografiar sus córneas con el fin de observar si los vasos sanguíneos cambiaban de aspecto en el momento de la muerte”. Le fabrican una personalidad macabra al afirmar que a principios de los años sesenta realizaba transfusiones sanguíneas de cadáveres a personas vivas. La historia apócrifa de Jack Kevorkian tiene su punto álgido cuando le achacan haber creado una disciplina médica deuterocanónica que él bautizó como obitatría y que tenía que ver con “la manipulación de la muerte”. Esto significaba experimentar con individuos desahuciados, “incluyendo la posibilidad de remover un órgano vital o administrar algún fármaco letal a los pacientes que sobrevivieran a las pruebas”. Cierto o no, el Doctor Muerte, prisionero número 284797 de la cárcel de Lapper, Michigan, se entretiene resolviendo crucigramas y diciéndole a los pocos medios que todavía lo entrevistan que los estadounidenses son como los antiguos romanos: disfrutadores del pan y el circo.
El derecho a la muerte tiene una larga historia. No obstante la decisión de Hipócrates de no dar medicamento mortal por más que se lo solicitaran los enfermos, y que después se convirtió en un mandato que todos los médicos deben jurar, en la Grecia clásica el estado suministraba cicuta a quienes lo solicitaran exclusivamente para poner fin a sus sufrimientos. Pero parece ser que el término eutanasia se cita por primera vez en Utopía de Tomas Moro: “...Cuando a estos males incurables se añaden sufrimientos atroces, los magistrados y sacerdotes se presentan al paciente para exhortarle, tratan de hacerle ver que está ya privado de los bienes y funciones vitales... y puesto que la vida es un puro tormento, no debe dudar en aceptar la muerte, no debe dudar en liberarse a sí mismo o permitir que otros le liberen...”
A 25 años de la muerte de Thomas Youk, la polémica sobre la legalización o no de la eutanasia está más viva que nunca. El debate es capaz de llevar a las calles a miles de personas en varias ciudades de la vieja Europa. La responsabilidad ética personal y el pensamiento liberal, alejado de la arcaica concepción de que la dignidad humana es rubro exclusivo del poder y la voluntad religiosa, no significan una sociedad individualista deshumanizada. Holanda, como siempre, ha dado una lección mundial al legalizar la eutanasia en 2001. En México es impensable siquiera tratar el tema. Cómo podría serlo si nuestras autoridades gubernamentales ven en una simple pastillita no abortiva un arma de destrucción masiva. Pero es lógico que esa clase de discusiones ético-médicas estén postergadas indefinidamente en nuestro país; la prioridad actual para los mexicanos es descubrir si hay alguien sentado en la silla presidencial; olvídense ya de investigar si existe un plan nacional de gobierno.

_____________

Enrique Montañez (Monterrey, 1973). Egresado de la carrera de Letras Hispánicas por la UAM. Fundador y director de la revista literaria Cuiria. Ha publicado en diversas revistas; participante en el Festival Internacional de Cuento Breve y en diversas mesas redondas sobre literatura.